Autor: Daniel Grinspon
Terminó la guerra. ¿O no? No hubo firma, ni paz, ni apretón de manos. No hubo portadas internacionales ni comunicados conjuntos. Pero, por ahora, cesó el estruendo.
Y como toda guerra en Medio Oriente, lo que deja no son certezas diplomáticas, sino cicatrices y mensajes muy claros.
Irán disparó más de mil misiles y drones contra Israel. Un despliegue inédito desde suelo iraní. ¿Resultado? La mayoría fueron interceptados. Pero no todos. Algunos impactaron. Y mataron. Porque sí, aunque el porcentaje de éxito fue altísimo, las vidas que se perdieron pesan más que cualquier gráfico. Y en Israel, a diferencia de Teherán, cada muerte no se esconde: duele, se honra y se responde.
¿Y qué hizo Irán? Le vendió a su pueblo una victoria. Mostró videos recortados, imágenes falsas, relatos inflados. En un país sin prensa libre, sin acceso a internet real, y donde disentir puede costar la vida, la «verdad» es lo que dice el régimen. Gritaron “ganamos” con entusiasmo. Aunque la realidad diga otra cosa. Porque además de perder hombres y bases militares en Siria, Irak y Yemen, Irán también sufrió ataques contra instalaciones vinculadas a su programa nuclear. No lo reconocen, claro. Pero lo saben. Y lo sienten. En silencio, y con los dientes apretados.
Israel, mientras tanto, respondió sin ruido ni alarde. Preciso, letal, quirúrgico. Volaron depósitos, comandos, rutas logísticas, y varios generales dejaron su cargo… de forma definitiva. Y lo más importante: se dejó en claro que la distancia ya no protege a nadie.
Hisbolá, desde el sur del Líbano, continúa su rutina: atacar, esconderse, recibir la respuesta. Cada día, pierde más infraestructura, más combatientes y más apoyo.
El sur libanés ya no es solo un frente caliente: es una trampa mortal. Y ellos lo saben.
¿Y Hamás? En caída libre. Con cada túnel destruido, cada puesto desmantelado, cada civil muerto por usarlos como escudo, pierden el poco crédito que aún tenían.
Pero retienen algo: los rehenes. Casi 50 personas siguen secuestradas en Gaza. Vivas, muertas, heridas o enterradas.
Y el mundo, que tanto ama hablar de “derechos humanos”, prefiere mirar para otro lado. Pero no hay paz posible mientras sigan ahí. La verdadera calma empieza por devolverlos.
¿Y Estados Unidos? Confuso. Ayudó a interceptar misiles, y mandó unos B2 para destruir bunkers, sí. Pero sermoneó sobre mesura, también. Juega a ser aliado, árbitro y conciencia moral, todo junto. Y eso, en esta región, es una receta para que nadie te tome en serio.
Entonces, ¿quién ganó? No Irán. Perdió bases, prestigio, operativos clave, parte de su infraestructura nuclear y la narrativa de «intocable». Ganó propaganda para su tevé. Y poco más. Tampoco Hamás ni Hisbolá. Ambos golpeados, erosionados, expuestos.
¿E Israel? Israel no festejó. Lloró a sus muertos, cuidó a sus heridos y siguió en pie, con la claridad de saber que esta guerra no es la última, ni la definitiva.
Pero cada día que sigue existiendo, en un vecindario donde eso solo ya es un milagro, es una victoria que no necesita desfile. No ganó la paz. No ganó titulares simpáticos. Ganó tiempo, respeto, y algo más valioso: el derecho a seguir.
¿Terminó la guerra? No. Cambió de forma. Bajó el volumen. Espera. Y mientras los casi 50 secuestrados siguen bajo tierra, la próxima ofensiva ya empieza a respirarse.
En Medio Oriente, la guerra no termina. Solo se toma una pausa. Y nunca larga.