Lo que hizo aún más desgarrador el 7 de octubre fue la celebración abierta de los palestinos. Vídeos mostraban a gente en Gaza repartiendo dulces, ondeando banderas y alabando a Hamás. Por MICHAEL J. SALAMON , LOUIS LIBIN7
Reconciliación. La palabra resulta chocante después del 7 de octubre . Evoca imágenes de reconciliación, de restauración de la armonía. Pero ¿cómo se puede «reconciliar» algo después de los horrores infligidos ese día: el asesinato de niños, la masacre de familias, la violencia sexual, el secuestro de civiles?
El ataque liderado por Hamás no fue una guerra. Fue un acto de barbarie. Más de 1200 israelíes, en su mayoría civiles, fueron asesinados brutalmente, según investigaciones del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel y las Fuerzas de Defensa de Israel.
Las autopsias y las pruebas forenses confirmaron la agresión sexual sistemática. Ancianos sobrevivientes del Holocausto fueron tomados como rehenes. Niños fueron asesinados delante de sus padres.
Frágil esperanza destrozada
Lo que lo hizo aún más desgarrador fue la celebración abierta de algunos palestinos. Vídeos mostraban a gente en Gaza repartiendo dulces, ondeando banderas y alabando a Hamás. Una encuesta del Centro Palestino de Investigación Política y Encuestas indicó que el 72% de los palestinos apoyaba el ataque.
Estas imágenes quedaron grabadas en la psique israelí. Destrozaron la ya frágil esperanza de paz. Sin embargo, por difícil que sea, Israel aún debe lidiar con una dolorosa pregunta: ¿Es posible la reconciliación después de esto? La alternativa es un ciclo interminable de violencia.
No empezamos desde cero. Años de lanzamiento de cohetes, atentados suicidas y túneles han creado una profunda división.
Pero el 7 de octubre fue diferente. Fue una crueldad intencionada disfrazada de resistencia, agravada por el silencio, o incluso celebrado por, demasiados palestinos. Ese silencio conlleva una gran carga moral. Ese silencio conlleva una gran carga moral.
¿Cómo puede una nación reconciliarse con quienes cometieron —o aplaudieron— tales atrocidades? En primer lugar, la reconciliación no significa olvidar. No significa fingir que los horrores no ocurrieron ni excusar la barbarie de Hamás y sus partidarios. No se puede esperar que los israelíes repriman su dolor ni su ira. Debe hacerse justicia.
La reciente decisión del gabinete de seguridad de ocupar Gaza parece una declaración contra la reconciliación, pero quizá no lo sea. Es evidente que no puede descartarse por completo. Si el objetivo no es solo la retribución, sino la prevención de futuras atrocidades, entonces la campaña militar debe ir seguida de algo más profundo. De lo contrario, Israel podría ganar esta batalla, pero perder cualquier posibilidad de un futuro sostenible.
Aspirando a la vida
No se trata de ingenuidad; se trata de supervivencia, tanto física como moral. La reconciliación, en este contexto, no consiste en aceptar a quienes odian a Israel. Se trata de fomentar un entorno donde el odio ya no pueda prosperar, donde a los niños palestinos se les enseñe a aspirar a la vida, no a la muerte, y se les dé esperanza, en lugar del martirio.
La acción militar es esencial. Israel tiene el derecho —el deber— de defenderse con decisión. Hamás debe ser desmantelado. Pero la fuerza militar por sí sola no puede abordar la cuestión fundamental de qué llenará el vacío una vez que cesen los combates. Las excavadoras pueden destruir los túneles del terror, pero no pueden reconstruir la confianza.
Quizás el papel de las Fuerzas de Defensa de Israel debería ir más allá de derrotar al enemigo y proteger un futuro potencial. Imaginen si la fuerza de Israel residiera no solo en su poderío militar, sino también en su liderazgo moral: ayudar en la reconstrucción de la infraestructura civil de Gaza, no para Hamás, sino para el pueblo que ha sufrido bajo su dominio. Esto no sería un acto de debilidad, sino de fortaleza.
Los palestinos también se enfrentan a una decisión crucial. ¿Su futuro estará con Hamás o en su contra? ¿Con la barbarie o con la civilización?
Más que gestos
Deben confrontar la inhumanidad cometida en su nombre. Deben preguntarse: ¿En qué nos hemos convertido al celebrar el asesinato de niños? La reconciliación exige un ajuste de cuentas moral palestino. Debe ser genuino: no meros gestos diplomáticos ni compromisos estratégicos, sino un rechazo real del odio y un reconocimiento de culpa.
Sólo entonces podrán los israelíes empezar a pensar nuevamente en la confianza.
La reconciliación, si alguna vez llega, no será un montaje en el jardín de la Casa Blanca . Será sutil y personal: un excombatiente que elige la moderación en lugar de la venganza, un padre de ambos bandos enseñando a su hijo que hay otro camino.
Estas acciones no borrarán el recuerdo del 7 de octubre, pero podrían prevenir horrores futuros. Así que, sí, incluso después de tanta barbarie, Israel debe preguntarse: ¿Qué llenará el vacío una vez que cesen los combates? No para excusar ni olvidar, sino porque la alternativa es un conflicto interminable. Es una pregunta que Israel no puede eludir debido a quienes nosotros, como seres humanos, debemos elegir ser.
La reconciliación no es un regalo. Se gana con la verdad, la responsabilidad y la dignidad.
El Dr. Michael J Salamon es un psicólogo especializado en trauma y abuso, director de ADC Psychological Services en Netanya y Hewlett, Nueva York, y miembro del personal de Northwell, New Hyde Park, Nueva York.
Louis Libin es experto en estrategias e innovación militar, y asesora e imparte docencia sobre innovación militar, sistemas inalámbricos y comunicaciones de emergencia en academias y agencias militares. Es fundador de un grupo consultor en gestión de emergencias, ciberseguridad, propiedad intelectual y comunicaciones.