Respuesta al artículo “Sin Israel no habría guerra”

Autora: Jimena García Herrero

*Este artículo fue enviado a La Nueva España (reducido), pero no fue publicado. Se escribió en repuesta a un artículo anterior, escrito por un profesor de Historia de la Universidad de Oviedo, donde se difamaba al Estado de Israel de una forma propagandística y burda; y donde también se menospreciaba y se agraviaba a la autora de este artículo. El derecho a réplica en LNE no existe.

A Francisco Erice Sebares le debe de incomodar la libertad ajena. Solo alguien con ciertas obsesiones podría encontrar “pomposo” el nombre de una coordinadora que agrupa a varias asociaciones de toda España de lucha contra el antisemitismo, y que, como cualquier asociación civil, elige su nombre sin necesidad de pedir permiso. Por tanto, lo de ‘autodenominada’ sobra, aunque entiendo que en ciertos círculos los nombres vengan impuestos y la independencia resulte un concepto exótico. También veo que le fascinan los títulos académicos. El doctor Pedro Arcos, investigador del Oxford Public Health Research Group, puede ser un excelente profesional en su campo, pero lo que escribe en su artículo es solamente una opinión, obviando demasiados hechos históricos y distorsionando la realidad, no es una verdad científica incuestionable. Que cada cual valore los argumentos. Los míos quedaron dichos y claros en el artículo del día 13: “Sin Hamás ni Yihad Islámica no habría guerra”.
La historia del pueblo de Israel y el pueblo palestino es muy compleja y la mayoría de las personas quieren historias simples, como las que nos cuenta Francisco Erice. En Israel siempre existió y sigue existiendo el gran debate sobre si hay algún camino para mantenerse con vida y, al mismo tiempo, vivir en paz con los vecinos. Lo sé porque viví allí. Viví en un kibutz y viví en Jerusalén, y asistí a su Universidad. Se dice que donde hay dos judíos hay tres opiniones, y es cierto. El debate es vivo y acalorado, libre y abierto; la solución, complicada.
Dicho esto, no es una coartada la falta de espacio en un artículo de prensa, como insinúa Francisco Erice, es una realidad. Porque yo no les voy a contar una historia simple para sentirme bien, voy a intentar explicar un par de hechos con la profundidad histórica que merecen, especialmente aquellos que muchos lectores probablemente desconozcan.
De momento, vayamos con la afirmación que hacen de que el conflicto comenzó con la publicación del libro de Theodro Herzl “El Estado Judío” en 1896. No sé si Francisco Erice lo habrá leído o sólo leyó en algún panfleto las dos frases con las que nos ilustra. Herlz, fundador del movimiento sionista, luchó incansablemente por lo que parecía una utopía: una patria estable y segura para el pueblo judío, humillado, perseguido y masacrado en la Europa de finales del s. XIX. Sin olvidar que, durante los 2.000 años de exilio, hubo presencia judía permanente en Palestina. Eretz Israel, la tierra donde se forjó originalmente la identidad del pueblo judío, siempre ha sido un componente fundamental en la conciencia colectiva judía. Por tanto, estaban regresando a una tierra que también era suya. Sólo tres detalles: en 1267 Rambán fundó una sinagoga en Jerusalén que se convirtió en centro de estudios judaicos durante más de 5 siglos; en 1563 en Safed, se estableció una imprenta hebraica, la primera imprenta de Asia; y en 1880 los judíos eran mayoría en Jerusalén. El sueño de Herzl no era crear una colonia judía, sino crear un Estado Judío. Son dos conceptos muy diferentes. Los colonos judíos no llegaron a la Palestina británica como hacían los colonos de Occidente en esos años, es decir, para que los nativos trabajaran para ellos y para explotar sus riquezas; ellos trabajaron las tierras que compraron, desecaron los pantanos, hicieron florecer ciudades, con sus propias manos, con su sudor, con sus lágrimas y con su sangre. No había ninguna riqueza que expoliar. Había tierras áridas, desiertos arenosos y pantanos palúdicos.
El concepto de una identidad palestina, nacionalista y territorial, separada de Siria fue mucho más tardío. Durante la Primera Guerra Mundial, una figura clave del movimiento nacionalista árabe, Hussein ibn ‘Ali, mantuvo correspondencia con el Alto Comisionado británico en Egipto, Sir Henry MacMahon, donde trataban las condiciones necesarias para que los árabes apoyaran a los británicos en la guerra contra el Imperio Otomano, a cambio de ciertas regiones que Gran Bretaña cedería a los árabes. No aparecía ninguna mención a Palestina. Cuando el Primer Congreso de Asociaciones Musulmanas-Cristianas se reunió en Jerusalén, en febrero de 1919, para elegir representantes palestinos en la Conferencia de Paz de París, adoptaron la siguiente resolución: “Consideramos a Palestina como parte de la Siria árabe, ya que nunca se ha separado de ella en ningún momento. Estamos unidos a ella por vínculos nacionales, religiosos, lingüísticos, naturales, económicos y geográficos”. La Declaración Balfour de 1917 expresó el respaldo británico a la creación de un hogar nacional judío en Palestina. Posteriormente, durante la mencionada Conferencia de Paz de París de 1919, el emir Faisal, hijo del jerife Hussein y líder de la revuelta árabe contra los turcos, firmó un acuerdo con Chaim Weizmann y otros líderes sionistas en apoyo a la implementación de dicha declaración. El acuerdo reconocía el “parentesco racial y los antiguos lazos existentes entre los árabes y el pueblo judío”. En 1937, el líder árabe local, Auni Bey Abdul Hadi, le dijo a la Comisión Peel: “¡No existe un país llamado Palestina! ¡’Palestina’ es un término inventado por los sionistas! No existe Palestina en la Biblia. Nuestro país fue durante siglos parte de Siria”. De la misma manera, el representante del Comité Superior Árabe ante las Naciones Unidas se hizo eco de esta opinión en una declaración ante la Asamblea General en mayo de 1947, en la que decía que Palestina era parte de la provincia de Siria y que los árabes de Palestina no constituían una entidad política separada. Unos años más tarde, Ahmed Shuqeiri, más tarde presidente de la OLP, dijo al Consejo de Seguridad: “Es de conocimiento público que Palestina no es otra cosa que el sur de Siria”.
Por tanto, el conflicto actual no nace con el sionismo, sencillamente porque no existía un concepto de identidad palestina territorial y nacional. En tal caso, lo que había entonces era un conflicto entre la ideología panarabista de la Gran Siria y la población judía que vivía allí.
Por otro lado, mientras algunos árabes se oponían al establecimiento de los judíos en Palestina y a la Declaración Balfour, otros creían que la presencia judía podría mejorar la situación de los árabes de la región. En julio de 1921, Hasan Shukri, alcalde de Haifa y presidente de la Asociación Nacional Musulmana, envió un telegrama al gobierno británico: “Estamos seguros de que sin la inmigración judía y la ayuda financiera no habrá desarrollo futuro de nuestro país, como se puede juzgar por el hecho de que las ciudades habitadas en parte por judíos, como Jerusalén, Jaffa, Haifa y Tiberíades, están haciendo un progreso constante, mientras que Nablus, Acre y Nazaret, donde no residen judíos, están en constante declive”. Muchos fueron los árabes que en las décadas de 1920 y 1930 llegaron a Palestina para aprovechar las condiciones creadas por los judíos.
Aunque no todos opinaban los mismo. Los deseos de convivencia los rompió Haj Amin al-Husseini cuando organizó grupos radicales árabes en 1920, formando a los fedayines («el que se sacrifica») para atacar a las comunidades judías en la Palestina británica. Para ello, aprovechó la falta de acción, cuando no la colaboración, de la administración británica. Violencia, destrucción y muerte. En 1921 los británicos lo nombraron Mufti de Jerusalén, otorgándole un gran poder sobre los asuntos religiosos y políticos musulmanes en Palestina. Desde esa nueva posición, al-Husseini consolidó su poder absoluto, controlando mezquitas, escuelas y tribunales, y asegurándose de que ningún árabe alcanzara una posición influyente sin su lealtad. Utilizó la violencia para eliminar opositores y asesinando sistemáticamente a palestinos que favorecían la cooperación con los judíos. Al mismo tiempo, impulsó los disturbios como herramienta política, ya que cada vez que los árabes atacaban a los judíos, la respuesta británica consistía en restringir la inmigración judía en lugar de frenar la violencia árabe. Los árabes encontraron entonces en los disturbios, como ahora, una herramienta política eficaz. Sin embargo, como portavoz de los árabes palestinos, el mufti El-Husseini nunca pidió que Gran Bretaña les concediera la independencia, es más, en 1921 en una carta a Churchill, exigió que Palestina se reunificara con Siria y Transjordania. En 1948, al consolidarse la división en dos estados, uno árabe y otro judío, los árabes los rechazaron y fueron a la guerra.
Por cierto, durante la Segunda Guerra Mundial, el mufti al-Husseini huyó a Alemania, donde se reunió con Adolf Hitler, Heinrich Himmler y otros altos mandos nazis. Buscó su apoyo para impedir la creación de un Estado judío en Palestina y promovió la implementación de políticas genocidas nazis en el mundo árabe. Reclutó a miles de musulmanes para unidades de las SS, que participaron en la persecución y exterminio de judíos en los Balcanes. Tras la guerra, Yugoslavia intentó juzgarlo por crímenes de guerra debido a su participación en la masacre de judíos en Croacia y Hungría, pero logró escapar y continuó su lucha contra los judíos desde Egipto y Líbano.
Creo que queda suficientemente aclarado el tema.
Respecto al colonialismo, a la hasbará, a mi falta absoluta de humanidad y de compasión por las víctimas, y toda esa retahíla de expresiones que parece decir para sentirse bien, que no para hacer el bien, sinceramente creo que no hay más espacio. Aunque sí quiero aclarar dos cosas: uno, no necesito estar al servicio de nadie para expresar mi opinión, aunque pocos lo entiendan; y dos, deseo que el pueblo palestino tenga su Estado, pero no a través de un Mufti.