Autor: Nataniel Castaño
En el siglo XXI, el antisemitismo sigue siendo una sombra que se cierne sobre la humanidad, un fantasma del pasado que, lejos de desaparecer, se moldea y se adapta a los tiempos modernos. En España, los ataques antisemitas contra ciudadanos de confesión judía se han incrementado de manera alarmante, y lo que es aún más aterrador: estos actos de odio están siendo normalizados. La historia de Europa, y particularmente de la Segunda Guerra Mundial, debería haber servido como un recordatorio eterno del peligro que entraña la normalización de la intolerancia. Sin embargo, estamos asistiendo a una repetición de errores pasados, más insidiosa, más sutil, pero igualmente mortal.
No estamos ante el mismo tipo de antisemitismo que vivieron nuestros abuelos o bisabuelos en los años 30. El antisemitismo, o judeofobia, de hoy se ha transformado, se ha disfrazado de “libertad de expresión”, de “crítica legítima”, y se ha infiltrado en los rincones más insospechados de nuestra sociedad, en la cultura, la política y los medios de comunicación. Ahora también, lo vemos en las redes sociales, donde el odio es vertido sin pudor alguno; en los pasillos de universidades, donde se banaliza el Holocausto bajo el disfraz de «discursos académicos»; y en las calles, donde el miedo al ataque se ha convertido en una sombra que persigue a las comunidades judías.
En España, la intolerancia se manifiesta de manera insidiosa. Recientemente hemos sido testigos de un aumento de agresiones verbales y físicas contra ciudadanos judíos, de atentados contra sinagogas, cementerios, hoteles y antes de ayer mismo contra un restaurante de comida kosher. Las cifras señalan un crecimiento muy importante en los ataques antisemitas, pero lo peor de todo es que la sociedad, en muchos casos, ha optado por mirar hacia otro lado. Y esto no es solo un problema para la comunidad judía. Es un problema para todos, porque el antisemitismo es solo la punta del iceberg del odio que puede extenderse a otras minorías; pues no es un fenómeno aislado, es un cáncer que, si no se combate, acaba corroyendo el tejido de toda la sociedad.
Efectivamente lo más preocupante es la creciente indiferencia de la sociedad y de las instituciones ante estas agresiones, ante su aparente normalización. Muchas veces, los ataques son minimizados, como si fueran meros “incidentes aislados”. Los discursos de odio se van deslizando, casi sin que nos demos cuenta, hasta convertirse en algo cotidiano, en algo “normalizado”; y la indiferencia por parte de autoridades y ciudadanos ante estas manifestaciones de odio da la sensación de que la violencia antisemita es tolerada, o incluso aceptada. Mientras el mundo gira, el antisemitismo sigue creciendo a un ritmo alarmante, con la complicidad silenciosa de aquellos que prefieren mirar hacia otro lado. Las ideologías extremistas no
surgen de la noche a la mañana; crecen lentamente, son toleradas, y al final se vuelven la norma. Este proceso, cuando se permite, termina siendo letal. La falta de condena inmediata ante comentarios y actitudes antisemitas crea un ambiente en el que el odio se disfraza de opinión respetable y nos lleva a un punto de no retorno.
Cada vez son más las voces que minimizan la gravedad de los incidentes antisemitas, que los presentan como ‘aislados’ o ‘exagerados’. En un mundo en el que la indiferencia se impone, nos estamos acostumbrando a escuchar términos como ‘antisemitismo de baja intensidad’, ‘antisemitismo tolerable’ o incluso el término ‘antisionismo’, que, lejos de ser una crítica legítima a las políticas de un Estado, no es más que una versión moderna del antisemitismo, adaptada a los tiempos actuales. La aceptación de estos términos significa la aceptación del odio. Si permitimos que este discurso se normalice, estamos abriendo la puerta a un futuro en el que cualquier tipo de odio, por cualquier motivo, se considere válido.
Esta pasividad nos está llevando a una tragedia inminente. No debemos permitir que el antisemitismo, en cualquier forma que se presente, siga ganando terreno. El silencio, la indiferencia, son cómplices del crimen. Si no actuamos ahora, estamos condenados a repetir los horrores del pasado. Nadie debería pensar que está a salvo mientras el odio se extiende sin control.
Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, debemos recordar que la lucha por los derechos de las mujeres debe ser universal. Sin embargo, hay una hipocresía terrible en muchos de los discursos que dominan las organizaciones feministas actuales. Por ejemplo mientras se lucha por los derechos de las mujeres palestinas, las voces de las mujeres judías, víctimas de violencias indescriptibles el 7 de octubre de 2023 a manos de Hamás, fueron silenciadas. Ese día, cientos de mujeres fueron violadas, asesinadas, y sometidas a atrocidades inimaginables. Pero el silencio de muchas de las grandes organizaciones feministas ante estos crímenes, por razones políticas, se ha convertido en cómplice del antisemitismo.
El silencio ante el sufrimiento de estas mujeres no solo es una traición a los derechos humanos, sino que también fomenta el antisemitismo. Al callar ante la violencia contra las mujeres judías, estos colectivos feministas están enviando un mensaje peligroso: el odio contra los judíos es tolerable, e incluso, en algunos casos, justificable. Este doble rasero, este ninguneo de
las víctimas judías, no hace sino alimentar un ambiente de desconfianza y odio, y contribuye a la normalización de la violencia antisemita.
Es innegable que los medios de comunicación tienen un papel fundamental en la formación de la opinión pública y en la lucha contra el antisemitismo. Los medios son, o deberían ser, los garantes de la información veraz, imparcial y responsable. Sin embargo, el silencio ante los ataques antisemitas está contribuyendo a la normalización del odio. Cuando los medios callan ante estos ataques o no les dan la visibilidad que merecen, están fallando en su misión de ofrecer una verdad informativa y de servir como freno a la escalada de violencia.
Quien calla otorga. Y al no dar voz a las víctimas del antisemitismo, los medios están permitiendo que el odio siga ganando terreno. Este silencio, voluntario o por omisión, se convierte en complicidad. Los medios deben asumir su responsabilidad de ser los custodios de la verdad, de desterrar la normalización del odio y de visibilizar los ataques antisemitas. La falta de cobertura o la minimización de los crímenes judeófobos no solo ocultan la realidad, sino que también envían el mensaje peligroso de que esos crímenes no son importantes. Y eso es exactamente lo que alimenta la impunidad.
Lo que ocurrió en los años 30 no fue un accidente. Fue el resultado de un proceso largo y sistemático de normalización del odio, del miedo, del desprecio hacia el otro. El ascenso del nazismo, la Shoá (el Holocausto), no surgieron de la nada. Fueron la consecuencia de años de discursos de odio, de desinformación, de una sociedad que permitió que el antisemitismo se estableciera como una ideología aceptada, el mirar hacia otro lado. Pero no se debe de olvidad que el odio que comienza con un grupo se extiende rápidamente a otros, y esa lección parece haberse olvidado. Recuerdo al respeto aquí las palabras del pastor luterano Martin Niemöller, hoy más importantes que nunca:
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar”.
Hoy, como entonces, la sociedad tiene una responsabilidad moral: detener el odio antes de que sea demasiado tarde. Nadie puede mirar hacia otro lado. El antisemitismo, como todas las formas de odio, nos deshumaniza a todos. Nos convierte en espectadores de un espectáculo de sufrimiento, en lugar de ser actores activos en la construcción de una sociedad basada en el respeto, la dignidad y la justicia.
Este artículo no es solo un grito de desesperanza, sino una llamada a la acción. Es urgente que cada uno de nosotros se despierte y se comprometa a combatir el antisemitismo y el odio en todas sus formas. No podemos permitir que el miedo y la intolerancia sigan ganando terreno. La historia nos ha enseñado las consecuencias de la pasividad. Que este sea una llamada a la reflexión, si no nos levantamos ahora, el precio que pagaremos será más alto de lo que jamás imaginamos. Quiero terminar con las palabras del filósofo Edmund Burke: “Para que el mal triunfe solo se necesita que los hombre buenos no hagan nada”.