La Franja de Gaza atraviesa una devastación casi total. Lo que alguna vez fue una región vibrante hoy se asemeja a un esqueleto urbano, marcado por ruinas y sufrimiento. Mientras la atención internacional se centra en las consecuencias visibles de la ofensiva israelí, persiste un silencio incómodo respecto a una cuestión clave: el papel de Hamás en la destrucción de Gaza y en el sufrimiento de su propia población.
Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás llevó a cabo un ataque sin precedentes que resultó en la muerte de más de 1.200 civiles israelíes y el secuestro de cientos de personas —entre ellas mujeres, niños y ancianos—, el conflicto ha escalado a niveles devastadores. Este acto, considerado un acto de terrorismo por múltiples gobiernos y organismos internacionales, desencadenó una respuesta militar masiva por parte de Israel, cuyas consecuencias humanitarias en Gaza siguen acumulándose.
Un aspecto que rara vez se aborda con suficiente profundidad es cómo las acciones de Hamás han contribuido de forma decisiva a esta tragedia. La negativa sistemática a liberar a los rehenes, incluso tras meses de combates, ha prolongado el conflicto, fortalecido la justificación internacional para la ofensiva israelí y aumentado el sufrimiento de los civiles palestinos. Cada día sin resolución ha servido como argumento para continuar las operaciones militares, dejando a la población de Gaza atrapada entre el fuego cruzado y las decisiones de sus gobernantes.
Hamás se presenta a sí mismo como la voz legítima de la resistencia palestina. Sin embargo, sus tácticas —incluido el uso de escuelas y hospitales con fines militares, el empleo de escudos humanos y la imposición de un régimen autoritario— plantean serias dudas sobre sus verdaderas prioridades. Más que proteger a la población, estas estrategias parecen ponerla deliberadamente en riesgo. Numerosos informes y testimonios indican que muchos ciudadanos de Gaza viven bajo miedo y represión, y consideran que el gobierno de Hamás ha llevado a la región hacia la ruina mediante la corrupción, el fundamentalismo y la supresión de cualquier forma de disidencia.
La comunidad internacional, especialmente aquellos sectores que abogan por los derechos humanos, enfrenta un dilema ético. Si bien es imprescindible denunciar la violencia y las violaciones cometidas por Israel, resulta problemático que no se exija con la misma vehemencia responsabilidad a Hamás. Las campañas y pronunciamientos que condenan la ofensiva israelí con razón, a menudo omiten cualquier mención a los crímenes cometidos por Hamás. No se exige la liberación de rehenes, el fin del uso militar de infraestructuras civiles, ni se condena la instrumentalización de la ayuda humanitaria o la censura interna impuesta por el grupo.
Esta omisión plantea una contradicción profunda con los principios universales de justicia y derechos humanos. Defender los derechos humanos de manera selectiva —según la ideología del agresor— no solo socava la credibilidad de dichas causas, sino que perpetúa el sufrimiento de las víctimas. La crítica a los abusos estatales es necesaria, pero omitir o justificar la violencia de actores no estatales equivale a una renuncia moral.
El derecho a vivir con dignidad, libertad y seguridad no es patrimonio de una sola comunidad. Todo ser humano —israelí o palestino, musulmán o judío— merece protección frente al extremismo, ya provenga del Estado o de organizaciones armadas. En Gaza, esto implica la necesidad urgente de un liderazgo que anteponga la vida a la ideología, que priorice la educación sobre el armamento y que reemplace el dogma con la compasión.
Si el apoyo internacional a la causa palestina es genuino, debe incluir también la exigencia de responsabilidad a los grupos radicales que dicen representarla. La justicia no puede tener un solo estándar. Y el silencio frente a los abusos de Hamás no es una muestra de neutralidad: es una forma de complicidad.
Fuente: https://blogs.timesofisrael.com/unearthing-the-truth-behind-gazas-destruction