Está teniendo lugar un genocidio, pero no en Gaza

Autor: Niall Ferguson

¿Qué te preocupa más, la victoria o tu propia superioridad moral? ¿Qué prefieres, vencer a tus enemigos o estar cómodo en tu casa? En estos momentos están teniendo lugar en el mundo guerras cruentas. Dos democracias –imperfectas, sin duda, pero sociedades libres en comparación con sus enemigos– luchan contra dos tiranías aliadas. Una derrota comportaría para Israel y Ucrania la destrucción, la extinción. Para EEUU y el Reino Unido, igual que para la UE, la aniquilación de Israel y Ucrania supondría algo más que una molestia. Un desenlace así empeoraría significativamente la posición estratégica de Occidente y reforzaría la del eje de los autoritarios: China, Rusia, Irán y Corea del Norte.

Y, a pesar de ello, nuestro apoyo a estas dos democracias es equívoco en el mejor de los casos e hipócrita en el peor. Veintidós meses después de la masacre de inocentes por parte de Hamas y la Yihad Islámica, apéndices asesinos de Irán, los liberales occidentales se unen a los iraníes y a quienes disculpan a Hamas acusando a Israel, moralista y erróneamente, de genocida. Para acabar de arreglarlo, los Gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Canadá han anunciado su intención de reconocer el Estado palestino durante la próxima Asamblea General de la ONU.

No satisfechos con juzgar de esta manera al Gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, los anteriores dirigen su moralizador escrutinio al presidente Volodimir Zelenski, al que acusan de no ser lo suficientemente duro con la corrupción –aun cuando las empresas de Occidente siguen beneficiándose del intercambio comercial con el régimen fascista y marcadamente más corrupto de Putin, y el flujo de armas a Ucrania depende de las rencillas internas entre departamentos gubernamentales en Washington–.

Estas posturas se pueden aglutinar bajo un mismo titular: el nuevo derrotismo. Representan el postureo moral de políticos y publicistas más preocupados por exhibir sus propios y confusos principios éticos que por ayudar a las democracias a vencer a los autoritarismos.

La frase creencias de lujo fue acuñada por el brillante y joven psicólogo Rob Henderson para resumir las ideas más ridículas que los progresistas se pueden permitir defender –«¡despojemos de fondos a la policía!»; «¡abramos las fronteras!»; «¡las mujeres pueden ser hombres!»– porque, cuando se ponen en práctica, apenas les afectan. Acusar a Israel de genocidio y reconocer un Estado no existente son las creencias de lujo de la política exterior occidental, creencias a las que se recurre en respuesta a fotografías engañosas en portadas y estadísticas de mortalidad falsas, y que están totalmente desvinculadas de la realidad estratégica.

Comencemos con la falsa afirmación de que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza, afirmación que Irán y sus aliados hace tiempo que respaldan pero que ahora encuentra eco también, y casi a diario, entre políticos de izquierdas y cada vez más populistas de derechas, y que medios de comunicación liberales que van desde la BBC a The New York Times amplifican. Esta afirmación está generando casi un total consenso. En diciembre de 2024, Amnistía Internacional publicó un informe afirmando que Israel «ha cometido y sigue cometiendo un genocidio contra los palestinos» en Gaza. Ésta es, también, la opinión de Francesca Albanese, la relatora especial de la ONU para Gaza y Cisjordania. Y el Gobierno sudafricano ha presentado una demanda por genocidio contra Israel ante la Corte Penal Internacional.

Cuanto peores son las imágenes de Gaza, más personas se unen al clamor, incluyendo ahora a algunos escritores de renombre. El estudioso israelí del genocidio Shmuel Lederman; Melanie O’Brien, presidenta de la Asociación Internacional de Expertos en Genocidio; el experto británico Martin Shaw; el estudioso australiano A Dirk Moses: Raz Segal, director del programa de Estudios sobre el Holocausto y Genocidio en la Universidad de Stockton, New Jersey; los historiadores Amos Goldberg y Daniel Blatman de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

La semana pasada, Omer Bartov, un eminente historiador del Holocausto que imparte clases en la Universidad Brown, publicó un representativo ensayo en The New York Times titulado: «Soy un experto en genocidio. Reconozco uno cuando lo veo». En él, Bartov defiende que el objetivo del Gobierno israelí es «forzar a la población de Gaza a abandonar la Franja o, teniendo en cuenta que no tienen ningún otro lugar al que ir, debilitar el territorio mediante bombardeos y severa privación de alimentos, agua potable, instalaciones sanitarias y asistencia médica hasta tal extremo que a los palestinos de Gaza les resulte imposible mantener o reconstruir su existencia como grupo». Su «conclusión inevitable» es que «Israel está cometiendo un genocidio contra el pueblo palestino».

Bien, como autor de La Guerra del Mundo (2006), estoy capacitado para discrepar. La guerra en Gaza es brutal –una especie de asedio que comenzó el 7 de octubre de 2023, cuando Hamas lanzó su desbocado ataque de muerte, violación y secuestro–. Se puede criticar cómo Israel ha llevado a cabo esta guerra. Salta a la vista que es imposible rescatar a los rehenes y destruir Hamas al mismo tiempo. Hay que lamentar la extrema dificultad de derrotar un enemigo que se esconde en túneles, que utiliza escudos humanos con asiduidad y roba gran parte de la ayuda humanitaria que se envía a Gaza. Pero a esto no se le puede llamar genocidio.

Genocidio es una palabra que data de 1944, cuando fue acuñada por Raphael Lemkin en su libro Dominio del Eje en la Europa Ocupada. Lemkin fue un polaco judío refugiado del nazismo, cuya familia al completo fue aniquilada durante el Holocausto. En su libro Un Problema del Infierno de 2002, Samantha Power describe la campaña en solitario de este hombre atormentado para convertir la palabra que inventó en un fundamento del derecho internacional posguerra.

En 1948 y por un momento pareció que Lemkin había triunfado cuando la Asamblea General de la ONU aprobó por unanimidad la «Convención para la Prevención y el Castigo del Crimen del Genocidio», si bien ésta no fue adoptada por EEUU hasta 1985. La definición original de genocidio de Lemkin decía así: un plan coordinado de acciones dirigidas a destruir los pilares básicos de la vida de grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar dichos grupos en sí. Los objetivos de un plan así serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el idioma, los sentimientos nacionales, la religión, la existencia económica de los grupos nacionales y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud y la dignidad personales e, incluso, las vidas de los individuos de dichos grupos. El genocidio se dirige al grupo nacional como entidad […].

El artículo II de la Convención del Genocidio de la ONU define el genocidio como «cualquiera de los siguientes actos cometidos con la intención de destruir, parcial o totalmente, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como»:

(a) Matar a miembros del grupo.

(b) Causar serio daño físico o mental a los miembros del grupo.

(c) Someter al grupo de manera deliberada a condiciones de vida dirigidas a destruirlo físicamente de manera total o parcial.

(d) Imponer medidas para impedir que tengan lugar nacimientos.

(e) Transferir niños de manera forzada de un grupo a otro. Se podría afirmar que las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI) están haciendo, al menos, tres de estas cosas. Pero, ¿es su intención «destruir, total o parcialmente» a los palestinos como pueblo? John Spencer, profesor de estudios de guerra urbana en el Instituto de Guerra Moderna en West Point, Nueva York, ha estado cuatro veces en Gaza, empotrado con las FDI. Spencer ha entrevistado al primer ministro, al ministro de Defensa, al jefe de gabinete, a los principales cargos del Southern Command, a decenas de oficiales y soldados del frente. En sus propias palabras: «Nada de lo que he visto o estudiado se parece a un genocidio o a un intento de llevarlo a cabo… [Sus órdenes] se centran en destruir a Hamas, rescatar a los rehenes y proteger a los civiles en la medida de lo posible…[De hecho] Israel ha tomado medidas extraordinarias para limitar el daño a civiles. Avisa de los ataques mediante mensajes de texto, llamadas, panfletos y emisiones. Abre corredores e interrumpe operaciones para que los civiles puedan abandonar las zonas de combate. Monitoriza la presencia de civiles hasta los cimientos. He sido testigo de misiones aplazadas o canceladas por la presencia de niños en las cercanías».

Más aún, y contrariamente a la propaganda que afirma que las FDI están dejando morir de hambre a Gaza, «Israel ha enviado más ayuda humanitaria a Gaza que ningún otro ejército a la población enemiga en periodo de guerra en la historia». Omer Bartov es un historiador de primer nivel. Su libro, The Eastern Front, 1941-1945: German Troops and the Barbarisation of Warfare (2001), es un trabajo audaz. Nadie como él para poder establecer la diferencia entre las FDI y las mortíferas legiones de Hitler.

Ahora bien, si lo que quieren ver es genocidio, les recomiendo que realicen una visita a las zonas de Ucrania ocupadas por Rusia. Allí puedo demostrarles con facilidad que el Gobierno ruso intenta erradicar la distintiva identidad ucraniana. Es algo evidente desde que Putin publicó su ensayo Sobre la Unidad Histórica de Rusos y Ucranianos en 2021. Y las cinco formas de genocidio se están desplegando contra el pueblo ucraniano, incluyendo «la transferencia forzosa de niños de un grupo a otro».

Para ser precisos: en marzo de este año, el Gobierno ucraniano pudo verificar que 19.456 niños ucranianos habían sido llevados de la Ucrania ocupada a Rusia desde el comienzo de la guerra. El Laboratorio de Investigación Humanitaria de Yale sitúa esta cifra más cerca de los 35.000. Según el Instituto para los Estudios de la Guerra, «Rusia está utilizando al menos 43 campos en todo su territorio para alojar a niños deportados, al menos 32 de los cuales son explícitas instalaciones de re-educación». Pruebas aportadas por fuentes rusas señalan que muchos de estos niños han sido puestos en adopción, un proceso que los despoja de sus nombres ucranianos y sus lugares de nacimiento. Muchachos adolescentes ucranianos son sometidos a procesos forzosos de rusificación, lo cual puede suponer la casi inmediata llamada a filas rusas para luchar contra sus compatriotas ucranianos.

El Gobierno israelí no pretende matar civiles palestinos. El Gobierno ruso sí pretende matar civiles ucranianos. En los pasados meses ha tenido lugar un número de ataques con misiles y drones a objetivos civiles en toda Ucrania sin precedentes. Según la Misión de Observación de los Derechos Humanos en Ucrania de la ONU, en junio se registró el mayor número de víctimas civiles en tres años, con 232 personas asesinadas y 1.343 heridas. Rusia lanzó 10 veces más ataques con misiles y munición que el año anterior. En total 6.754 civiles han muerto o resultado heridos durante la primera mitad de 2025, un 54% más que en el mismo periodo de 2024. Desde el comienzo de la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, la ONU ha documentado la muerte de, al menos, 13.580 civiles, incluyendo 716 niños. Ojalá esas personas que pasan diariamente tanto tiempo posteando y reposteando clickbait sobre el sufrimiento en Gaza, dedicaran un momento a pensar en el verdadero genocidio que está teniendo lugar en el este de Europa en estos momentos.

Ucrania es una democracia. Los votantes pueden tomar las calles y forzar cambios en las políticas gubernamentales. Lo mismo sucede en Israel, donde las protestas contra Netanyahu en Jerusalén se suceden con mayor frecuencia que las alarmas antiaéreas. Pero, ¿y Gaza? En marzo, valientes gazatíes se atrevieron por primera vez a protestar contra el reinado de muerte y robo de Hamas. La diferencia es que estas protestas obtuvieron como respuesta violencia e intimidación, y que no lograron cambiar nada.

Esto es lo que convierte las declaraciones de Francia, Gran Bretaña y Canadá de reconocer al Estado palestino en una creencia de lujo. Y es que, hoy en día, no hay nada que se parezca ni remotamente a un Estado palestino. Ni parece probable que vaya a existir en un futuro próximo.

Hace 30 años, en el marco de los Acuerdos de Oslo, Israel acordó con la Organización para la Liberación Palestina la puesta en marcha de un gobierno autónomo palestino –«una entidad palestina separada, sin llegar a ser un Estado», en palabras del primer ministro israelí Isaac Rabin. Uno de sus sucesores, Ehud Barak, fue aún más allá en Camp David en el año 2000. Pero el entonces líder de la OLP, Yasir Arafat, abandonó la mesa de negociaciones.

En los años posteriores, ¿han reforzado los palestinos sus argumentos en favor de un Estado propio? No. La Autoridad Palestina (AP) es un oxímoron; los palestinos la desprecian, y no tiene autoridad ninguna. Hamas sigue contando con un gran respaldo tanto en Gaza como (algunos sondeos sugieren que aún más) en Cisjordania. Es cierto, la satisfacción con Hamas en Gaza bajó del 63% hace un año al 43% en mayo pasado, según el Centro Palestino de Investigación de Política y Sondeos, pero sigue siendo mayor que la que generan Al Fatah o la Autoridad Palestina. Preguntados sobre si apoyaban al desarme de Hamas para acabar con la guerra, el 64% de los gazatíes se oponían a ello. La auténtica naturaleza de Hamas quedó expuesta el 7-O, y lo que sucedió entonces debería considerarse –como hacen la mayoría de los israelíes que conozco– un acontecimiento que incapacita a los palestinos para el autogobierno, un acontecimiento que les despoja de tal derecho. Nueve de cada diez palestinos simplemente niegan que las atrocidades del 7-O tuvieran lugar.

Un rasgo característico de los lujos es que son caros. Lo mismo se puede decir de las creencias de lujo. Creer que Israel está perpetrando un genocidio en Gaza, como la opinión de los líderes occidentales de que sus deseos pueden llevar a la creación de un Estado palestino, es una idea tipo bolso Hermes. Es similar a la creencia de que se puede conseguir la paz entre Ucrania y Rusia sin la aplicación de presión económica y militar de peso sobre Moscú.

Gasten energía en creencias tan lujosas y no se darán cuenta de la ayuda que proporcionan al eje de los autoritarismos para conseguir derrotar a Occidente. Tampoco se darán cuenta de la ayuda que ellos les proporcionan a ustedes –a través de esas redes sociales que tan bien saben manipular– para seguir siendo los idiotas útiles.

*Niall Ferguson es historiador británico, miembro de la Institución Hoover (Universidad de Stanford) y fundador de la Universidad de Austin. Este artículo fue publicado en su versión original en The Times (Copyright: The Times, London) y ha sido traducido por Eva Dallo

Asociación Asturiana de Amigos de Israel
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