Israel actuó tras constatar que Irán cruzó líneas rojas y que el sistema internacional era incapaz de detener su avance hacia la bomba nuclear. El proyecto nuclear iraní fue detectado por la Inteligencia israelí en 1994 y les llevó dos años «convencer a los estadounidenses de que era así». «Los expertos dijeron que les tomaría entre 10 y 15 años construir la bomba». Israel se encargó de retrasarlo una y otra vez.
Editorial
Durante más de tres décadas, Israel ha advertido sin descanso sobre la amenaza existencial de un Irán que avanza sin freno hacia el umbral nuclear. En repetidas ocasiones ha denunciado -a gobiernos, organismos internacionales y medios globales- que el régimen jomeinista de Teherán, con su retórica genocida («Israel debe ser borrado del mapa»), consolidaba un programa que ponía en jaque la seguridad regional y mundial. Y, mientras tanto, el mundo miraba hacia otro lado.
Israel ha seguido minuciosamente ese programa iraní en todos sus frentes: enriquecimiento gradual de uranio, construcción de instalaciones centrifugadoras, formación de equipos militares ligados al bombeo nuclear. Según el primer ministro Netanyahu en su explicación pública del operativo militar, «atacamos el corazón del programa de enriquecimiento nuclear de Irán, apuntamos a la infraestructura nuclear y a los principales científicos nucleares que trabajaban en la bomba iraní».
La decisión de actuar no fue casual. No fue precipitada. Fue el corolario de alertas ignoradas y presiones diluidas.
En la madrugada del 12 de junio de 2025, bajo el nombre clave de Operación León en Ascenso (Rising Lion), cerca de 200 aviones de combate y drones israelíes destruyeron más de cien objetivos en Irán, entre ellos instalaciones en Natanz y Fordow, y mataron a altos mandos de la Guardia Revolucionaria y científicos -incluidos Hossein Salami y Muhammad Bagheri-.
Aun cuando esta acción haya podido desatar críticas diplomáticas, Israel lo justifica bajo un antiguo principio en su estrategia de supervivencia: impedir que el enemigo alcance la capacidad de amenaza nuclear antes de que sea demasiado tarde.
La evidencia es clara: el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) había advertido que Irán violaba los acuerdos de no proliferación de los que es firmante, al acumular uranio cercano al grado de armamento. Israel esperaba que el mundo, especialmente Occidente, actuara. Pero las sanciones se tornaban endebles, los plazos se alargaban y las negociaciones diplomáticas no frenaban el impulso teocrático-tecnológico iraní.
Israel, pues, asumió que debía liderar la defensa por su cuenta y de una manera preventiva. Al mirar atrás, no es descabellado evocar precedentes clave: la doctrina Begin de 1981, cuando Menachem Begin ordenó un ataque preventivo contra Osirak en Irak, y la Operación Outside the Box de 2007, que destruyó una instalación nuclear en Siria bajo el mandato de Ehud Olmert. Al tomar la decisión, Begin tenía en mente el Holocausto unas décadas antes. Al hacerlo ellos, Olmert y Netanyahu tenían las promesas de «borrar a Israel del mapa» de Irán. Las decisiones reflejan la misma lógica: impedir que regímenes hostiles obtuvieran armas de destrucción masiva bajo la cobertura de la inacción internacional.
El exjefe de Seguridad Nacional de Israel, Yaacov Amidror, recordaba este mismo viernes que el proyecto nuclear iraní fue detectado por la Inteligencia israelí en 1994 y que les llevó dos años «convencer a los estadounidenses de que era así«. «Los expertos dijeron que les tomaría entre 10 y 15 años construir la bomba«.
Y ahora, 20 años después, aún no la tienen pero están cerca.
La masacre del 7 de octubre y la reacción del mundo contra Israel pese a ser la parte atacada fortalecían la creencia de que Israel no puede esperar a que otros la defiendan.
En aquel entonces, y ahora, el mundo puede criticar. Pero la historia ha comprobado la efectividad de esas acciones: Saddam Hussein fue detenido, el programa nuclear sirio quedó paralizado y la disuasión regional se restableció. Ahora, más de veinte años después, Israel repite la jugada con una operación que se prolongará «el tiempo que sea necesario» hasta neutralizar la amenaza, según anunció Netanyahu.
Pero la pregunta es: ¿Por qué Israel se cansó de esperar al mundo?
Y aunque no existe una respuesta unívoca a dicho interrogante, la de mayor peso tiene que ver con evidencias que apuntaban a que Irán recorría los últimos pasos hasta la bomba. Irán había cruzado líneas: centrifugadoras clandestinas, planes sólidos, beneficios directos para la Guardia Revolucionaria. Israel advirtió a Teherán, a Washington, a Bruselas. Hoy, tras comprobar que los sistemas de contención internacionales fallaban una y otra vez, y que Irán se ponía al alcance del arma nuclear en cuestión de meses, tomó su decisión. Detrás late una lógica de supervivencia: no es solo táctica, es estrategia histórica.
Que haya llegado este día es responsabilidad última de quienes optaron por la pasividad: la ONU permitió avances nucleares, los tratados de no proliferación mostraron fisuras, Occidente priorizó atajos diplomáticos y teóricos equilibrios sobre la urgencia perentoria. Mientras tanto, desde Teherán seguían avivando promesas de aniquilación al enemigo declarado, Israel.
Está por verse si el mundo aprenderá. Porque Israel marcó el precedente: cuando un Estado ve su existencia sometida, está moral y legalmente facultado para actuar en defensa propia y prevenir lo inevitable. Como Begin y Olmert antes, Netanyahu ha insistido en que lo impensable hoy será imposible mañana.
Israel se cansó de esperar al mundo. Y actuó
Fuente: https://enfoquejudio.es/israel-se-canso-de-esperar-al-mundo/