Estamos en contra de cualquier guerra. Estamos en contra de la muerte de inocentes, vengan de donde vengan. Lamentamos profundamente cada vida perdida, cada familia rota, cada niño que ha quedado huérfano, en Israel o en Gaza. Pero reconocer ese dolor no debe cegarnos ante la verdad. El 7 de octubre de 2023 fue una masacre. Y lo que vino después no es un genocidio, sino la defensa de un pueblo que se niega a desaparecer.
Autor: Nataniel Castaño
El 7 de octubre de 2023, hace dos años, marcó la historia reciente de Israel y del pueblo judío. Y conviene recordar lo esencial: nadie quiere una guerra. Las guerras solo dejan dolor, destrucción y víctimas inocentes. Pero también es cierto que hay que llamar a las cosas por su nombre, aunque incomode a muchos.
El 7 de octubre no fue un «conflicto más». Ese día Hamás perpetró la mayor masacre de judíos desde el Holocausto: niños, mujeres, ancianos asesinados, torturados y secuestrados con una brutalidad que no se puede justificar bajo ninguna causa política. Israel no eligió la guerra. La guerra llegó a Israel con ese ataque. Lo que ha venido después es, por tanto, una respuesta, no una invasión ni una ocupación, es la defensa de un país que se niega a desaparecer.
Uno de los grandes engaños que circulan es el supuesto «genocidio» en Gaza. Quien conozca la definición de genocidio sabe que eso no es lo que ocurre. Si Israel hubiera querido exterminar a la población gazatí, con su capacidad militar lo habría hecho en la primera semana tras el ataque. No lo hizo ni lo hace, porque su objetivo no son los civiles gazatíes, sino los terroristas de Hamás.
Esto no significa negar el dolor del pueblo palestino. Al contrario, la tragedia en Gaza es real y desgarradora. Miles de civiles inocentes han perdido la vida, familias enteras han quedado destrozadas, y niños han quedado huérfanos en medio de la destrucción. Ese sufrimiento no puede ni debe minimizarse. Cada víctima civil palestina es también una víctima de esta guerra.
Hamás utiliza deliberadamente a su población como escudos humanos. Obliga a civiles a permanecer en zonas de combate, lanza cohetes desde hospitales, esconde armas en escuelas y almacena munición en centros de la ONU. Cuando Israel responde a esos ataques, Hamás convierte cada muerto civil en un triunfo propagandístico.
Pero es fundamental señalar la raíz de ese dolor: Hamás. Es Hamás quien utiliza deliberadamente a su población como escudos humanos. Obliga a civiles a permanecer en zonas de combate, lanza cohetes desde hospitales, esconde armas en escuelas y almacena munición en centros de la ONU. Cuando Israel responde a esos ataques, Hamás convierte cada muerto civil en un triunfo propagandístico. En otras palabras, mientras la población gazatí sufre, sus dirigentes se benefician de ese sufrimiento.
Y lo más importante: Hamás podría poner fin de inmediato a la tragedia de su pueblo. Bastaría con devolver a los rehenes que aún mantiene secuestrados en los túneles de Gaza y deponer las armas. Con esa decisión, cesarían gran parte de los combates y la población civil palestina dejaría de pagar un precio tan alto. Es Hamás quien arrastra a su propia gente al abismo y quien puede liberarles de él.
Mientras tanto, a día de hoy, 48 rehenes siguen secuestrados en condiciones infrahumanas. Mientras en Israel se les recuerda cada día, para gran parte del mundo han sido dos años de olvido, salvo alguna mención rápida por parte de los líderes mundiales para cubrir las apariencias. ¿Dónde está la indignación por ellos? ¿Dónde están las manifestaciones que exijan su liberación inmediata?
Vemos, en cambio, marchas en todo el mundo con banderas palestinas denunciando un «genocidio» que no existe. Muy bien, defendamos los derechos humanos, pero entonces, ¿dónde están las marchas por las 500.000 víctimas en Yemen? ¿Dónde están las protestas por los 150.000 muertos en Sudán o los cientos de miles en Siria? ¿Por qué solo Gaza moviliza a masas enteras en universidades, ONG’s e instituciones?
El odio antisemita no es un efecto secundario, es un fenómeno que crece con fuerza, alentado por discursos y manifestaciones que señalan a los judíos como culpables de los males del mundo
La respuesta es incómoda pero evidente: porque no son manifestaciones por los muertos, son manifestaciones contra Israel. Es antisemitismo rancio, ese que forma parte de los prejuicios inculcados a lo largo de los siglos, ahora disfrazado de causa humanitaria. Cuando los árabes matan a árabes, el mundo calla. Pero si Israel se defiende de una masacre, entonces se llenan las calles de indignación. Hipocresía en estado puro.
No hace falta mirar a otros países para entender la gravedad de lo que ocurre. En España, el antisemitismo está creciendo de manera alarmante. El Informe sobre la Evolución de los Delitos e Incidentes de Odio en España 2024, publicado por el propio Ministerio del Interior, señala que los delitos de odio en general bajaron un 13,8% respecto al año anterior. Sin embargo, los delitos por antisemitismo subieron un 60,9%, el mayor incremento interanual de todas las categorías.
A esto se suma el informe del Observatorio de Antisemitismo, que registró en 2024 un total de 193 incidentes antisemitas en España, más del triple que en 2023 (60 casos) y casi seis veces más que en 2022 (34). Nunca antes se habían registrado tantas agresiones, insultos, pintadas y amenazas contra españoles de confesión judía.
Es decir, mientras los delitos por racismo y xenofobia descendían, los ataques contra judíos se disparaban. Esta divergencia revela algo muy claro, el odio antisemita no es un efecto secundario, es un fenómeno que crece con fuerza, alentado por discursos y manifestaciones que señalan a los judíos como culpables de los males del mundo.
Algunos países han decidido reconocer al Estado palestino en pleno conflicto. ¿Qué mensaje envían al hacerlo justo después de la masacre del 7 de octubre? Hamás lo ha dicho con claridad: este reconocimiento es el fruto de su ataque.
No hablamos de estadísticas frías. Hablamos de españoles de carne y hueso que hoy sienten miedo de ponerse una kipá, de llevar una estrella de David, de decir abiertamente que son judíos. Ciudadanos que comparten barrio, trabajo, escuela, pero que se sienten cada vez más inseguros en su propio país.
Hay algo más que no se puede callar, algunos políticos, también aquí en España, han encontrado en la guerra entre Israel y Hamás un filón electoral. En plena precampaña, no dudan en agitar consignas y alimentar la indignación de las masas para rascar unos votos.
Pero el «todo vale» por conseguir poder tiene que tener un límite. Porque esas soflamas, esas frases incendiarias lanzadas desde un atril, no quedan en el aire, se traducen en mayor crispación social y en un aumento del antisemitismo.
Algunos países han decidido reconocer al Estado palestino en pleno conflicto. ¿Qué mensaje envían al hacerlo justo después de la masacre del 7 de octubre? Hamás lo ha dicho con claridad: este reconocimiento es el fruto de su ataque. Es decir el terrorismo funciona. Ese es el mensaje que reciben todos los grupos islamistas del mundo. Y es un error histórico, porque ceder al terror nunca ha traído paz, solo más terror.
Estamos en contra de cualquier guerra. Estamos en contra de la muerte de inocentes, vengan de donde vengan. El 7 de octubre de 2023 fue una masacre. Y lo que vino después no es un genocidio, sino la defensa de un pueblo que se niega a desaparecer.
Hoy debemos hablar claro: Israel no está en una guerra porque lo haya querido, está en una guerra porque fue atacado. El enemigo no es un pueblo, es una organización terrorista que gobierna Gaza con mano de hierro, que oprime a su propia gente y que sueña con la destrucción de Israel.
Quien de verdad busque la paz debería empezar por condenar sin matices a Hamás, exigir la liberación inmediata de todos los rehenes y reconocer que el sufrimiento del pueblo palestino terminaría si Hamás abandonara la vía del terror.
Es necesario subrayar algo con toda claridad: estamos en contra de cualquier guerra. Estamos en contra de la muerte de inocentes, vengan de donde vengan. Lamentamos profundamente cada vida perdida, cada familia rota, cada niño que ha quedado huérfano, en Israel o en Gaza. Pero reconocer ese dolor no debe cegarnos ante la verdad. El 7 de octubre de 2023 fue una masacre. Y lo que vino después no es un genocidio, sino la defensa de un pueblo que se niega a desaparecer. Y la llave para acabar con la tragedia que hoy sufren tantos inocentes palestinos no está en Tel Aviv ni en Jerusalén, sino en los túneles de Gaza, en manos de Hamás. O lo entendemos ahora, o la historia volverá a repetirse
Fuente: https://enfoquejudio.es/el-7-de-octubre-y-la-verdad-incomoda-sobre-israel-hamas-y-la-guerra/