Autor: Personal de HonestReporting /
Se produjo otra liberación de rehenes, pero esta vez algo parecía diferente. No se trataba solo de devolver a los cautivos, sino de una demostración calculada de guerra psicológica.
Hamas se volcó en todo. Imprimió nuevos carteles que glorificaban su masacre del 7 de octubre, con triángulos rojos que marcaban su camino de destrucción a través de las comunidades israelíes. Por encima de todo esto se alzaba una imagen escalofriante de Yahya Sinwar, el cerebro del ataque, presentado como un líder mítico que guiaba a los palestinos hacia Jerusalén.
En el escenario, los agentes de Hamás se vistieron con uniformes falsos de las Fuerzas de Defensa de Israel y exhibieron orgullosamente armas israelíes capturadas: otro intento de humillar a Israel y afirmar su dominio.
La crueldad no terminó ahí. Al rehén Sagui Dekel Chen le entregaron una moneda de oro para “celebrar” el nacimiento de su hija, que nació mientras él estaba en cautiverio. Iair Horn, otro rehén, fue obligado a entregar un mensaje retorcido a Einav Zangauker, la madre de otro rehén, Matan Zangauker. ¿El regalo? Un reloj de arena, con la foto de Matan inscrita y las escalofriantes palabras: “El tiempo se acaba”.
No se trató de una simple liberación de rehenes, sino de un espectáculo propagandístico de Hamás, diseñado para burlarse de Israel y recordarle al mundo que todavía están en el poder, que siguen siendo brutales y que todavía están esperando atacar de nuevo.
Y aunque gran parte de los medios internacionales ignoraron esta manifestación grotesca, los israelíes la vieron como lo que realmente era: terrorismo, en todos los sentidos de la palabra.
