Autor: Juan Abreu
Sabían perfectamente a lo que iban a Israel y lo que sucedería a continuación. Y no les importaba
Imaginen la escena. Tiene lugar en uno de esos túneles que, financiados por gobiernos europeos, norteamericanos y por calaña progre de variado tipo, construyeron durante años los terroristas de Hamás. Un dédalo criminal que era (o es, no sé hasta qué punto lo ha destruido Israel), ante todo, un monumento a la grasa glútea moral y cerebral de Occidente. En un rincón de esos túneles habilitado como mazmorra, se hallan dos niños judíos, uno de cuatro años de edad y otro de apenas diez meses. Tal vez la madre esté junto a ellos, pero cabe la posibilidad de que haya sido, como disponen las sagradas escrituras islámicas, asesinada anteriormente por infiel y sobre todo por judía. Uno, dos, tres, terroristas llegan al lugar y agarran a los niños por el cuello. Los críos lloran con frecuencia y sus captores temen que esto ayude al ejército judío a localizarlos. Mientras los asfixian, los terroristas no dejan de proferir sus histéricos gritos ¡Allahu Akbar!, ¡Allahu Akbar!, y no paran de maldecir a las crías de judíos que es lo que son, no niños indefensos, para los asesinos religiosos de Alá. Los lloros, pataleos y estertores finales y el espanto en las miradas que se apagan de las criaturas (alimañas judías para los soldados de Alá), no detienen a los ejecutores, más bien, a juzgar por sus expresiones, les produce un profundo y místico goce.
Después de muertos los niños, o alimañas judías, según los religiosos musulmanes islamistas (palabras que significan lo mismo, véase el diccionario), proceden a mutilar los cuerpos a cuchilladas (o usando las culatas de sus fusiles, pistolas u otros adminículos) teniendo cuidado de que las heridas parezcan infligidas por metralla o cascotes; el plan es atribuir la muerte de las odiadas crías judías a un bombardeo de Israel. Lo que fueron dos infantes hermosos, rozagantes, antes de ser secuestrados por los milicianos de Hamás o soldados de Alá, como se prefiera, son ahora un amasijo de carne profanada, abierta, machacada, amoratada, triturada y rota. Lo que fueron sus brillantes ojos, un pozo negro; sus sedosos cabellos anaranjados un amasijo de pegotes sanguinolentos.
Llámenme islamófobo, me da igual. La islamofobia es un invento de la progresía enemiga de Occidente. ¿Han notado ustedes con la facilidad con que se acusa de islamófobo a los que se atreven a decir cualquier verdad, por mínima que sea, de los asesinos religiosos musulmanes y de su misógina, homofóbica, oscurantista y antidemocrática religión? Mientras tanto, se masacra impunemente a cristianos en África, la última matanza ha tenido lugar en el Congo, pero no se llama a nadie cristianófobo. La cristianofobia no existe.
Y, llegado a este punto, que a nadie se le ocurra decirme que otorgue la menor credibilidad a la versión del crimen puesta en circulación por la propaganda de Hamás. Ya tengo bastante con los 60.000 muertos la mayoría niños, embuste que repite como komsomol amaestrado la izquierda antisemita (casi toda). Cifras de los terroristas. Entre la versión de los hechos de una democracia en la que viven tranquilamente millones de musulmanes con todos los derechos de una sociedad civilizada, y la versión de terroristas religiosos musulmanes cuya razón de existir es matar judíos por serlo, y que en mi opinión son la encarnación moderna de los capos de los campos de exterminio nazi, yo escojo creer a la democracia israelí. Creer a los asesinos me parece una infamia y una forma de obsceno colaboracionismo con el Mal.
El Mal existe. El famoso eterno retorno de los filósofos es el del Mal que regresa, que nunca se ha ido. Vuelve y vuelve y permanece a través de las eras. El Mal existe y no descansa y se impone, y la Estupidez, su compinche predilecto, también. Y en lo que respecta a los judíos, ese Mal se ha mostrado siempre monstruoso e incansable.
Los niños de los que he hablado antes eran Ariel y Kfir Bibas secuestrados junto a su madre durante el fatídico 7 de octubre en que Hamás atacó Israel. Repito: Hamás atacó a Israel. Un detalle fundamental. Que recuerdo indefectiblemente cuando alguien me habla del genocidio israelí en Gaza o hace uso de alguno de los lemas de la propaganda terrorista. En estos casos, no discuto, porque sería dignificar a esos lloricas selectivos, me limito a decir: No haber atacado. Y las caras de idiota que se les queda entonces me divierten mucho.
El odio al judío
Los palestinos, porque Hamás es una fuerza palestina que ganó las elecciones y por tanto representatividad, sabían que después de un ataque y una matanza como la que planeaban perpetrar, Israel iría a la guerra y trataría de rescatar a sus rehenes. Sabían, además, que los usarían como escudos humanos y sabían que el mundo occidental, comandado por la hedionda ONU, después de un breve período de tiempo, se apuntaría a la versión de los terroristas respecto a lo que ocurría en la franja de Gaza y a la demonización de Israel. ¿Cómo lo sabían? Lo sabían porque esas fuerzas políticas y mediática occidentales llevan décadas financiándolos y tendiendo puentes de equidistancia entre el terror musulmán y el legítimo derecho a la defensa de Israel. Sabían perfectamente a lo que iban a Israel y lo que sucedería a continuación. Y no les importaba. El odio al judío es superior a cualquier rastro de humanidad de estos representantes del Mal.
Artículo publicado en: https://www.vozpopuli.com/opinion/el-mal-existe.html