¿Dónde están las Naciones Unidas?

Autor: Harry Katcher

Tras la masacre del 7 de octubre, imágenes de casas calcinadas, cuerpos acribillados a balazos y cunas ensangrentadas horrorizaron al mundo, con razón. Pero bajo el humo y la ceniza se escondía otra brutal verdad, demasiado perturbadora incluso para que muchos partidarios de Israel la asimilaran por completo: el uso sistemático de la violencia sexual por parte de Hamás, utilizada como arma contra mujeres, hombres y rehenes israelíes.

Esto no fue un crimen de oportunidad. Fue una táctica.

El silencio de la ONU

Y durante meses, las instituciones globales que dicen defender los derechos de las mujeres, la justicia y las leyes de la guerra (entre las que destaca las Naciones Unidas) no dijeron nada.

Nada.

Sin investigación urgente. Sin sesiones extraordinarias. Sin comisiones especiales. Ni siquiera una declaración genérica de preocupación.

Recién en marzo de 2024 —casi cinco meses después de las atrocidades— la Representante Especial de las Naciones Unidas sobre la Violencia Sexual en los Conflictos, Pramila Patten, emitió un informe formal reconociendo lo que los sobrevivientes, los socorristas y los equipos forenses israelíes habían estado diciendo desde el primer día: que la violencia sexual relacionada con el conflicto probablemente había ocurrido el 7 de octubre.

Aun así, el lenguaje fue cauteloso, rozando la evasiva. El informe solo afirmó que existían «motivos razonables» para creer que se produjo violencia sexual y «patrones indicativos» de tales abusos. No se nombró a nadie. No se denunció a ningún perpetrador. No se declaró ningún crimen de guerra.

Para una institución que se enorgullece de “nombrar y avergonzar”, la ONU de alguna manera olvidó cómo hacer ambas cosas.

Esta delicadeza diplomática contrastaba marcadamente con los horrorosos testimonios recopilados por el Proyecto Dinah de Israel, un grupo de expertos legales y de género. Su último informe, publicado esta semana, se basa en los datos de 15 rehenes que regresaron, 17 testigos oculares adicionales y 27 socorristas, junto con pruebas fotográficas y de vídeo, y documentación forense. Su conclusión es contundente e innegable: Hamás utilizó la violencia sexual de forma deliberada, sistemática y táctica, como arma de guerra.

Una rehén denunció haber sido golpeada y agredida sexualmente a punta de pistola, con la pierna encadenada con hierro durante tres semanas y con su ciclo menstrual monitoreado. Otras fueron amenazadas con violación mediante «matrimonio forzado», manoseadas, acosadas y aterrorizadas psicológicamente con la constante amenaza de dominación sexual. Estos no fueron incidentes aislados, sino estrategias coordinadas.

Entonces, de nuevo: ¿dónde estuvo la respuesta global?

La agencia de ONU Mujeres, cuya única misión es defender la protección y los derechos de las mujeres y las niñas en todo el mundo, esperó más de 150 días antes de emitir una condena genérica de los atentados del 7 de octubre. Y cuando finalmente publicaron algo en marzo, lo borraron rápidamente sin explicación: una eliminación simbólica que lo decía todo.

Durante esos meses de silencio, Hamás lo negó todo. Los grupos feministas hicieron la vista gorda. La «comunidad internacional» enterró la cabeza en la arena diplomática.

No pretendamos que se trata de cautela ni del debido proceso. Se trata de un sesgo institucionalizado y de larga data que atraviesa las Naciones Unidas como una falla geológica: un sesgo que otorga inmunidad moral a los enemigos de Israel mientras le impone a Israel una doble moral imposible.

Ya lo hemos visto antes:

  • La aprobación obsesiva de resoluciones antiisraelíes en la Asamblea General.
  • La grotesca elección de países como Irán y Libia para los paneles de derechos humanos de la ONU.
  • El silencio tras la masacre de atletas israelíes en Munich.
  • La negación del patrimonio judío en Jerusalén por parte de la UNESCO.
  • Y ahora —quizás lo más vergonzoso— el lento y renuente reconocimiento de la violencia sexual contra las mujeres y los hombres israelíes.

Esto no es mera hipocresía. Es complicidad.

Las víctimas del 7 de octubre merecen más que nuestro dolor. Merecen justicia. Y la justicia empieza con la verdad: no la verdad que nos conviene ni la que encaja en una narrativa, sino la verdad que exige que veamos el mal sin filtros ni excusas.

¿Dónde está entonces el clamor feminista global? ¿Dónde están las pancartas de protesta que dicen «Creed a las mujeres israelíes»? ¿Dónde están las marchas, los discursos, las etiquetas?

¿Dónde están las Naciones Unidas?

El Proyecto Dinah ha cumplido su cometido. Los sobrevivientes han cumplido el suyo. La evidencia es abrumadora. El horror está documentado.

Ahora es tu turno, ONU.

Comencemos con una condena clara e inequívoca de las atrocidades sexuales de Hamás: no cinco meses tarde, no sepultada en lenguaje burocrático y no diluida por una falsa equivalencia.

Sólo dilo.

Estamos esperando.

Fuente: https://blogs.timesofisrael.com/

Asociación Asturiana de Amigos de Israel
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