Autor: Nataniel Castaño
El artículo “Sin Israel no habría guerra”, de Francisco Erice Sebares, publicado en la sección de Opinión de LA NUEVA ESPAÑA el 26 de febrero, está plagado de falacias, tergiversaciones y una clara hostilidad hacia Israel, y merece ser rebatido con argumentos fundamentados y datos verificables.
Pero antes deseo recalcar que desde el inicio de su artículo menosprecia a la Coordinadora Estatal de Lucha contra el Antisemitismo, como si su creación fuera un capricho o un acto propagandístico. Sin embargo, la realidad es que responde a una necesidad real y urgente: el preocupante aumento del antisemitismo en distintos ámbitos, incluyendo el académico y el mediático. Esta coordinadora busca precisamente combatir los discursos de odio y la desinformación que avivan prejuicios históricos contra el pueblo judío. Cuestionar su existencia solo demuestra una falta de reconocimiento del problema y una peligrosa tendencia a minimizarlo.
– “Israel controla el 60% de Gaza desde 1967″.
Falso. Israel se retiró completamente de Gaza en 2005, desmantelando todos los asentamientos y dejando la franja bajo el control exclusivo de la Autoridad Palestina. En 2007, Hamás, grupo terrorista reconocido internacionalmente, tomó el poder en un golpe sangriento, expulsando y asesinando a miembros de Fatah. Desde entonces, Gaza ha estado gobernada por Hamás, y no por Israel.
– “Israel ha instalado ilegalmente a 700.000 colonos en territorios ocupados».
La cifra está inflada y carece de contexto. La presencia judía en Judea y Samaria (Cisjordania) tiene raíces milenarias, mucho antes de la creación del Estado de Israel. El término «territorios ocupados» es problemático porque, según el Derecho Internacional, no existe un Estado palestino soberano al que le pertenezcan estos territorios. Israel administra estas tierras desde 1967 tras la Guerra de los Seis Días, en la que Jordania, que las ocupaba ilegalmente desde 1948, las perdió tras atacar a Israel.
– “Los palestinos viven bajo un régimen de apartheid».
El apartheid sudafricano implicaba leyes que separaban a la población según su raza, restringiendo sus derechos. En Israel, los ciudadanos árabes tienen los mismos derechos que los ciudadanos judíos y cristianos: votan, forman parte del Parlamento y ocupan cargos en el Gobierno y en la Corte Suprema. La comparación con el apartheid es una manipulación grosera.
– “El sionismo es un movimiento colonial».
Esta es una de las falacias más extendidas por los detractores de Israel. El sionismo no es colonialismo, sino un movimiento de autodeterminación nacional del pueblo judío que buscó regresar a su patria ancestral. A diferencia del colonialismo europeo, que consistía en la explotación de territorios ajenos, los judíos retornaron a una tierra donde ya tenían una presencia histórica y legalmente compraron terrenos.
– “La ONU proclamó Israel en 1947 sin consultar a la mayoría palestina».
Falso. La ONU aprobó en 1947 el Plan de Partición del territorio, que proponía un Estado judío y un Estado árabe. En ese momento, el territorio estaba bajo mandato británico y no pertenecía a ningún pueblo palestino, ya que no existía un Estado palestino como tal. Mientras que los judíos aceptaron la resolución, los países árabes la rechazaron y lanzaron una guerra para impedir la creación del Estado de Israel. Es la negativa árabe a aceptar la existencia de un Estado judío lo que ha prolongado el conflicto.
Además, si la intención de los países árabes hubiera sido realmente la creación de un Estado palestino, ¿por qué Egipto y Jordania, que ocuparon Gaza y Cisjordania respectivamente entre 1948 y 1967, no proclamaron nunca dicho Estado? La respuesta es evidente: el objetivo no era crear un Estado palestino, sino impedir la existencia de Israel.
– “Israel expulsó a 800.000 palestinos en 1948″.
Esta cifra es exagerada y omite un hecho crucial: la guerra de 1948 fue iniciada por los países árabes, no por Israel. En medio del conflicto, la mayoría de árabes huyeron por miedo y otros por órdenes de sus propios líderes, quienes les prometieron que “arrojarían a los judíos al mar” y que podrían regresar después de la victoria sobre los judíos. Sin embargo, la guerra terminó con la independencia de Israel y el rechazo de esos mismos países árabes a aceptar a los refugiados palestinos.
– “Hamás nació en 1988 como respuesta a la opresión israelí».
Este argumento ignora que Hamás no es una organización de resistencia, sino un grupo terrorista islamista con un claro objetivo: la destrucción de Israel y la instauración de un califato islámico. Su propia carta fundacional lo deja claro. La violencia de Hamás no busca la paz ni la autodeterminación palestina, sino el exterminio de Israel.
– “No hay colonos agresivos protegidos por el Ejército, ni presos detenidos sin derechos, ni desplazados en Cisjordania».
Este párrafo es una amalgama de exageraciones y distorsiones que ignoran la realidad del conflicto. Los controles de seguridad en Cisjordania no están allí para hacer la vida «inviable» a los palestinos, sino para prevenir atentados terroristas que en el pasado han costado la vida de miles de israelíes. Las detenciones administrativas son una medida excepcional utilizada en situaciones de alto riesgo, y se aplican tanto a israelíes como a palestinos en casos de terrorismo comprobado. Además, la insinuación de que Gaza se convertiría en un «parque temático de tanatoturismo» es una afirmación cínica e infundada que ignora la historia y el contexto geopolítico de la región. Finalmente, la referencia racista a los palestinos como «cientos de miles de negros» es una manipulación grosera que busca deshumanizar la postura israelí y generar un discurso de odio en lugar de un análisis racional.
En conclusión, el artículo no es más que una recopilación de distorsiones diseñadas para deslegitimar a Israel. Si realmente queremos una solución pacífica al conflicto, es fundamental basarnos en hechos y no en propaganda sesgada. La paz solo será posible cuando se reconozca el derecho de Israel a existir y se rechace la violencia como herramienta política.
*Este artículo fue publicado en La Nueva España en repuesta a un artículo anterior, escrito por un profesor de Historia de la Universidad de Oviedo, donde se difamaba al Estado de Israel de una forma propagandística y burda.