La causa palestina y la negación de los derechos LGTBI+: una contradicción insostenible
Autora: A. Pérez
En los últimos días, la conocida flotilla internacional Global Summud, enviada desde España con rumbo a Gaza, ha vuelto a colocarse en el centro del debate público. El episodio más llamativo ha sido la decisión de su coordinador, Khaled Boujemâa, de abandonar la causa tras conocerse la participación de diversos activistas LGTBI+ en la travesía.
Además, Khaled Boujemâa declaró su indignación al sentirse engañado respecto a la participación de dichos activistas, ya que su presencia, contradice los valores sociales y culturales de Palestina: “Nos mintieron sobre la identidad de algunos participantes de la vanguardia de la flotilla; acuso a los organizadores de habernos ocultado este aspecto”.
Este gesto y estas declaraciones tan deplorables ponen de manifiesto una paradoja difícil de ignorar: la hipocresía inherente a un movimiento pro-Hamás que se presenta como defensor de los derechos humanos universales, mientras rechaza de manera explícita la pluralidad y la diversidad dentro de sus propias filas.
La situación expone dos niveles de contradicción. Por un lado, la flotilla pretende erigirse en símbolo de solidaridad con la población de Gaza, pero al mismo tiempo reproduce comportamientos excluyentes que socavan la legitimidad moral de su causa. ¿Con qué autoridad se puede denunciar la vulneración de derechos en un territorio ajeno cuando se margina a compañeros de viaje por su orientación sexual?
Por otro lado, se genera una tensión evidente dentro de ciertas asociaciones queer que participan en la flotilla o la respaldan públicamente. Estas agrupaciones LGTBI+, cuya razón de ser es la lucha por la libertad, la igualdad y la dignidad frente a cualquier forma de discriminación, se ven defendiendo a un movimiento que fomenta el terrorismo y el antisemitismo de Hamás, cuyas posturas son abiertamente contrarias a la existencia misma de nuestros derechos LGTBI+.
Esta alianza resulta, cuanto menos, problemática: se corre el riesgo de blanquear discursos que niegan los principios básicos por los que nosotros, los ciudadanos que formamos parte de este movimiento, hemos luchado durante décadas.
Lo sucedido en esta embarcación debería servir como advertencia. La solidaridad internacional es un valor imprescindible, pero pierde su fuerza cuando se basa en principios selectivos y no universales.
No se puede exigir justicia en un conflicto externo mientras se normaliza la exclusión interna. Y no es coherente que colectivos queer españoles defiendan causas cuyos protagonistas rechazan la diversidad sexual y de género, y persiguen, violan o asesinan a sus propios ciudadanos por su homosexualidad.
Este abandono por parte del coordinador no es un hecho aislado, sino el síntoma de un problema más profundo: la incoherencia de un activismo que pretende proyectar legitimidad moral en escenarios internacionales, mientras no logra sostener la mínima coherencia ética en su propia praxis.