Autor: José Antonio Álvarez Riesgo
Presidente de la Asociación Asturiana de Amigos de Israel
Afrontamos el recordatorio más destructivo generado por el odio y la locura. Jamás abandonará nuestra memoria, ni nuestros corazones cuando detengan su latido: el Holocausto.
Recordamos la cadena de los hechos.
UN ANIVERSARIO PERPETUO
La liberación del campo de exterminio de Auschwitz aconteció el 27 de enero de 1945. No es posible evocar aquello sin desprenderse en las retinas las alambradas nazis explotando el dolor lacerante de las heridas. Tampoco la electrocución salvaje en las noches oscuras de desesperación y muerte. Aquella mañana, Anatoli Shapiro, judío ucraniano del ejército rojo, entró en Auschwitz-Birkenau, entre el olor insoportable y la muerte viva vestida de harapos, con sus esqueletos al sentir de la nieve. «No eran seres humanos», habría de confesar Shapiro. Las cenizas flotaban en el viento.
En este 80 aniversario del indescriptible Holocausto, aún anida en las mentes confundidas por el rencor el deseo de exterminar a todos lo judios del mundo. Lo señala la brújula imantada de los delitos de odio. Ansían las ambiciones delirantes del Adolf Hitler. Ahora bajo un nuevo argumentario, pero con idénticos principios. La responsabilidad judía de todas las desgracias que en el mundo han sido: económicas, políticas, sociales, en definitiva, los males de la República alemana de Weimar (1918-1933).
El campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau supuso, a su escala, el compendio criminal de la Alemania nazi extendido durante trece años (1933-1945).
Habría de decirlo George Orwell en estos días de enero de hace setenta y cinco años, en su obra 1984. Un conocedor de la destrucción y el mal en todos escenarios del siglo XX. Solo había desprecio. Había que cumplir con el rito diario de los dos minutos de odio dictados por el Gran Hermano.
Pero hubo aniversarios en el aniversario.
La solución final adoptada en Wannsee (1942), los guetos y los fusilamientos masivos de los Einsatzgruppen en Riga o Minsk, la Ordnungspolizei. En resumen, la propia policía imaginada por Orwell. También la revuelta, y muerte, de los prisioneros del crematorio IV de Auschwitz enfrentándose a su exterminio, el 7 de octubre de 1944. Otro fatídico 7 de octubre.
No resulta sencillo erradicar la planta mortífera del mal. Los aliados antisemitas no siempre se exponen ante la verdad desnuda. Sucedió en esta Europa agotada y vieja, incapaz de luchar y defenderse. También en Asia: del Japón a la India. En el mundo musulmán y sus ejércitos ad hoc: la legión Árabe Libre, los Balcanes, o el gran muftí de Jerusalén, Amin al-Husseini, seguidor fervoroso de los postulados hitlerianos antisemitas.
Tras la derrota nazi no aconteció el final.
La liberación de 1945 no acabó con el retorno a una casa que demasiados perdieron.
La peste antisemita instiló desde sus raíces profundísimas, gota a gota, los pogromos de las tierras polacas de Kielce (1946). Escasamente podía reparar a las victimas la Administración de la Naciones Unidas para la Ayuda y Rehabilitación (UNRRA, 1943).
Seguían son sus heridas sangrantes. Abiertas de nuevo con el acomodo transitorio de los refugiados judíos (1945-1952) en viejos campos de concentración alemanes: Bergen-Belsen y Dachau. También de Austria: Mauthausen y Gusen. Un sarcasmo alimentando, cada día, la desazón de una vuelta a las andadas.
Se hizo necesaria la desnazificación. Nuevas disposiciones normativas para reparar los crímenes contra la humanidad, incluida la eutanasia germana sobre los discapacitados. La inclusión en el derecho penal internacional protector de civiles. La propuesta del judío polaco Rafal Lemkin de la idea de genocidio asumida por Naciones Unidas (1946), la «Convención para la prevención y la sanción del delito de genocidio», la resolución 260, del 9 de diciembre de 1948. Diecinueve artículos que cambiarían el mundo.
El acuerdo de la Conferencia de Potsdam (1945) no fue lo que debería atemperándose rápidamente su energía (1951). Justo cuando la Convención sobre el Genocidio entraba en vigor.
Una burocracia amortiguada con la guerra fría suspendiendo los tribunales, con su suelta de presos.
Entonces brotó un silencio interesado que con el tiempo acabó en una ensoñación jurídica. Ahí seguía en su compás el no hacer de los mitläufer alemanes, los compañeros de viaje, los que siguieron la corriente al horror nazi con los hombros encogidos. Un vademécum que aplicó sus pócimas a una realidad que en estos días todo lo justifica.
Reconstruir una vida, sin hogar, ni familia, con las cicatrices del hielo de los inviernos, es un imposible. Todo te impulsa a la emigración cuando la tierra de tu país solo sirve para sepultarte. Mientras buscas a los tuyos, restalla sobre tu piel el sonido acerado del látigo.
Unos eligieron nuevo país.
Otros rebuscaron en sus orígenes, antes y después del 14 de mayo de 1948, cuando Naciones Unidas, así lo acordó en la resolución 181, de 29 de noviembre de 1947. Para estos, solo cupo, como en el Éxodo (13:21), seguir la columna de nube y fuego que te señale el camino de la vuelta a casa: la tierra ancestral de Eretz Israel.
En el trayecto 6 millones de judios asesinados. ¡La vaporización, en el sentir de Orwell, del 63% de los judíos europeos!
EL DEBER DE MEMORIA
El «Deber de Memoria» también brota de Auschwitz.
Un baluarte contra el olvido, el retorno del mal y la brutalidad. El grito desesperado de demasiados, de los poetas, de Primo Levi, acerca de la condición del hombre. La obligación de enfrentar cualquier Holocausto. El deber decidido de la política, la ética y la moral frente al antisemitismo. La necesidad de combatir la barbarie, decía Theodor Adorno.
Sorprende, a día de doy, la lenta consolidación de las ideas, de los hechos, de los recuerdos, quizá por los manejos opacos de una memoria encendida tras la propaganda y la mentira.
También la lenta agonía de los años cincuenta. Una burbuja de intereses, que rota, dejó atrás la invisibilidad del genocidio. Un recorrido, a sobresaltos, tras las víctimas del 19 de abril de 1943, en el gueto de Varsovia, que se alumbró en 1951.
Pareciera que el mundo había aprendido. Hasta los finales del siglo XX. Incluido el proceso de mitificación y su conversión en metáfora y arquetipo como reflexiona Alejandro Baer. El Holocausto fue, en su esencia intestina, un proyecto de olvido.
Pero todo vuelve. También la reescritura de la historia. Una necesidad para un nuevo orden que avisa noches sombrías.
El olvido persigue, como en la mitología, el retorno de la felicidad. Solo es preciso disolver en el vino, el brebaje homérico del nepenthe para sepultar los males y las desgracias del antisemitismo y su retorno circular en este mundo distraído. El odio y el nazismo fluyen en el inframundo de la mentira discurriendo con las aguas del rio Lete, el que otorga el olvido a las almas de los muertos por un racismo crepuscular, orillado con narcóticas amapolas que florecen cuando se borran los recuerdos y los libros retuercen sus letras emborronado lo que fue.
Es la amnesia dispuesta por el rencor para enajenar la memoria episódica que nos pertenece. La sustancia propia que atesora nuestra identidad. La destrucción obsesiva de los recuerdos, borrar lo que sucedió con el fin hostil de destruir nuestra memoria presente.
El afán de remodelar el conocimiento, el saber y las emociones de Daniel Schacter. Es, por tanto, la manipulación social destinada a deformar la memoria a largo plazo inoculando lo que no fue, recuerdos interesados que asisten a una nueva verdad necesaria. En el decir de la judía Elizabeth Loftus: «la manipulación del comportamiento humano».
Así, solo resta compartir los falsos recuerdos de una memoria colectiva al servicio de la negación del Holocausto.
Enfrentamos el advenimiento de un nuevo Dios dictando los principios de la intromisión en las funciones de la biología para manejar los atributos propios de la memoria en torno a la sustancia sociológica de la memoria social. Un modulado de la propiedad individual, del ser, de aquello que se ha de pensar como sociedad, un no sé qué que atrae sobre nuestros propios recuerdos las ideas de Orwell. El devenir de una memoria sociológica impositiva sobre al proceder de cómo recordar, de perpetuar o no, nuestros propios recuerdos.
Un esclavismo mental que nos domine.
Es, por así decirlo, una sociedad enceguecida interesada en centrarse sobre las partes sin comprender el todo. Los nuevos ciegos sabios, pero menos sabios, del río Brahmaputra incapaces de entender el todo del elefante ensimismados en sus partes. La ceguera de la humanidad de Saramago, un mundo de invidentes rendidos al hidrocarburo que alienta el olor del odio. Lo dijo Pérez Alfonzo, el padre de la OPEP: «el petróleo es el excremento del diablo».
Ahí continúan, perdidos en la niebla espesa que dictó el portugués, inmersos en su mar de leche y encerrando a los infectados en campos de reclusión o en el manicomio.
Enfrentamos, pues, la sospecha de los viejos vientos en un mundo nuevo con aspiraciones antiguas: el agitar de las alas negras del antisemitismo. Los mensajes transparentes con el dinero de los traidores dispuesto para modular a un hombre nuevo sin criterio propio que le oriente hacia la libertad.
Todo se reduce a la voluntad fingida de unas letras durmientes en algún viejo anaquel de la biblioteca perdida de la historia.
La declaración de Estocolmo sobre el Holocausto (2000), con sus ocho descriptores declarativos que alumbraban la esperanza. El día Internacional de la Memoria de las Víctimas del Holocausto (2005) por Naciones Unidas. La declaración de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA, 2016)
El «Deber de Memoria» debe alejarse del abrevadero de la memoria histórica. Lo dijo Gustavo Bueno: «El subconcepto que trata de armar una memoria histórica común, para presentar como imparciales y objetivos ciertos recuerdos. Un común ciertamente particular. Nada puede tener memoria, por lo tanto, de algo que anteceda a su vida propia. Lo que se designa como memoria histórica, si es historia no es memoria, y si es memoria, no es historia».
Una reflexión que precipita su energía sobre el negacionismo creciente del Holocausto.
Es preciso enfrentarse a la perversión de los hechos, al manifiesto de una aporía acotada tras la alambrada de la mentira: un Jesucristo palestino.
LA HERENCIA DEL OLVIDO
Ha vuelto la naturaleza del olvido.
«La huella del pasado, y más en concreto de los crímenes del pasado, amenazan con quedar enterrados por consideraciones políticas o pragmáticas», asevera taciturno Reyes Mate.
Son la resultante de la herencia del olvido.
Por eso, en las últimas décadas, asistimos a un mar de aire pegajoso de antisemitismo dispuesto a barrer cualquier confín de la tierra. Una corriente nueva que apunta a los judíos, a Israel y al sionismo, convirtiendo estos conceptos en sinónimos. La negación, minimización y banalización del Holocausto constituyen el centro de la propaganda árabe y de sus aliados, en el sentir de Yad Vashem.
El vandalismo de sinagogas, cementerios y escuelas judías ocupan el epicentro del odio antisemita. Las agresiones y los crímenes de judíos conforman el cénit de la propaganda en las redes sociales alentados desde la acción política o los conflictos internacionales.
Las comunidades judías sienten sobre sí la inseguridady el temor.
Un hostigamiento exponencial que no haya reposo. Una instigación programada de quienes añoran un Holocausto sobre el que construir la deconstrucción de la cultura judía, y occidental, que anunciaba el judío Elías Canetti en su «Auto da fe».
Todo bajo un anillo de alianzas enquistadas, contra natura en sus principios, que alcanza el consenso en la destrucción judía: islamistas, izquierdistas sin norte y los antisemitas de siempre. Un pacto de escaso futuro que abraza la ilusión de Molotov y Ribbentrop cuando desplegaron sus afanes expansionistas totalitarios sobre Europa (1939).
Enfrentamos una política de descaro que anuda su retórica en un antisemitismo justiciero y reparador, que cala en sociedades escasamente informadas, capaces de dar por bueno comportamientos racistas. Los medios difunden posiciones extremistas de odio antijudío con el sustento de una educación popular limitada acerca de la historia.
No es España una excepción.
El Observatorio de Antisemitismo registra con preocupación la creciente animosidad judía, especialmente desde que se abrió el infierno del 7 de octubre de 2023.
Es imperativo enfrentar el antisemitismo, dicen en Naciones Unidas, al tiempo que, entre sus líderes, algunos conspicuos convierten la crítica a Israel en una bocina antijudía. Formulan recomendaciones y elevan a categoría la acción colectiva y la solidaridad: Educación, legislación, condena pública y apoyo a las víctimas.
Una acción declarativa que no encuentra alcance en el escenario de las realidades concretas.
El Plan de Acción de las Naciones Unidas sobre el Discurso del Odio (2019), diversas declaraciones sobre el racismo y la Kristalnacht conformaron las principales disposiciones del organismo, mientras en España se aprobaba la ley penalizadora de la negación del Holocausto y los actos de genocidio (2021). Los Foros para combatir los Discursos de Odio y la conferencia de ministros de Educación ampliaron las acciones Naciones Unidas (2021). En España, un intenso
debate político llevó a la aprobación en el parlamento nacional de una resolución condenando en antisemitismo y reafirmando el compromiso con la protección de la comunidad judía (2022).
Un conjunto de iniciativas que han producido un impacto escaso.
La secuencia de acontecimientos internacionales acaecidos a partir de 2020, ha acelerado una reorganización en el proceso de globalización, con alianzas específicas derivadas de la guerra de Ucrania y los conflictos preexistentes de Oriente Medio y otras latitudes.
Estos escenarios recientes han estimulado un nuevo impulso antisemita que supone, sin género de dudas, un desafío a Occidente. Un ataque decidido al discurso de las cuatro libertades de Franklin Roosevelt (1941) ante el Congreso de los Estados Unidos: Expresión, Culto, Frente a la necesidad y Frente al miedo. Aquellas propuestas en un mundo que se abría ante el abismo, adquieren hoy una realidad palmaria. Una declaración que excedía el valor de un llamamiento, era, en su convencimiento, el rearme moral occidental frente los totalitarismos.
Quizá, de todas ellas, la amenaza más sentida en estos días, se ciña sobre la Libertad Frente al Miedo, que aspira a un mundo donde ninguna nación viva bajo la amenaza constante de agresión militar.
La Democracia ha sufrido una erosión permanente por los enemigos de la Libertad. Una circunstancia apuntada por James Buchan sobre los límites de la Democracia (1982), con la introducción de una terminología nueva que acote la definición liberal. Una evidencia en Hispanoamérica, donde los totalitarismos transitan de la democracia hacia la dictadura.
En definitiva, exploran una democracia disminuida, un retroceso de la libertad ante la reflexión irreflexiva de quienes buscan, ¡otra vez!, el paraíso perdido de la Unión Soviética, con la antorcha Luzbel sobre el sendero.
En España, sus predicadores, obstinados en reformular las reglas, subyugan la necesidad humana de «seguir pensando», es, en definitiva, la dualidad del Existente Irreductible frente al Hombre Programable enunciado por Moreno-Márquez.
Se insinúa una nueva cultura democrática que requiere de la sanción y la intervención de los medios a través de un plan de acción por la democracia, «dixit». No se sabe si ha de acomodarse a los planes quinquenales de la URSS (1928-1932 y ss.) o los impulsados por el desarrollismo español (1959 y ss.). El propósito aspira a reglar la transformación digital
«democrática» soslayando la oligarquía correspondiente para proteger la voluntad ciudadana de los propios. Una metamorfosis destinada a restar y que hace imposible anticipar una
transformación en constante trasformación.
Parece que se aspira a conducirnos hacia una «Democracia Democrática». Un oxímoron político que ha de ser soportado, tal vez, por la inteligencia artificial. Una «Democracia Democrática» que precisa ser incorporada a un nuevo folio que dicte nuestro progreso y su terminología.
Las deducciones que podemos colegir de la nueva política, parecen deshacer el camino de la evolución humana reubicando al hombre en su posición originaria de simio como refería tal asunto en el Informe a para una Academia del judío Franz Kafka.
Nos anuncian lo que sabemos.
Un nuevo constructo orwelliano del lenguaje que supere la historia de la palabra escrita construida durante siglos, limite el alcance del pensamiento y reduzca la acción de la mente en ese hipotético país llamado Oceanía.
El éxito de estos nuevos propósitos requiere del manejo adecuado de la comunicación bajo los principios de la propaganda. Así usó Joseph Goebels su proyecto genocida, recurriendo sin escrúpulos a los aspectos más sórdidos de aquella, la propaganda negra estimulante de los instintos básicos y la mentira, del control y manipulación. Un proceso que procuraba, en los objetivos nazis, desplazar la agresión sobre sus enemigos especificando los objetivos para el odio.
Así pues, los principios de Goebels, las formas de manipulación de Chomsky o las estrategias de Sylvain Timsit, aportan el sustrato necesario para conocer la propaganda. No ha cambiado mucho desde los tiempos y las ideas de McLuhan, pues en sus palabras, el medio es el mensaje, circunstancia suficiente para la información o manipulación.
La intrusión de las redes sociales hace imposible, en estos días, obviar sus mensajes, especialmente cuando las estrategias se dirigen de manera gradual a tratar a las personas como niños y mantener al público ignorante (Timsit, 2002).
Nos enfrentamos, de nuevo, a la telepantalla de la propaganda de Orwell y su policía del pensamiento. En esta obsesión de eliminación judía del 7 de octubre de 2023, los asuntos de Auschwitz hallaron su réplica en los kibutzim o las ciudades de Ofakim y Sderot de Israel. Las marchas de la muerte de enero de 1945, hacia Gliwice y Wodzislaw, su contrapunto en los secuestrados israelís perdidos en los túneles de Gaza, algunos vivos, otros definitivamente asesinados.
Asistimos perplejos a la defensa del crimen del 7 de octubre de 2023 por gobiernos occidentales integrándose de alguna manera, en la triple alianza previamente citada. Parecen ansiar convertir Israel en un gueto estableciendo en su entorno una frontera amurallada y lo que es peor, invisible. También hoy una mayoría permanece muda, como mitläufer. Espectadores impasibles, como si la brisa venenosa de los tiempos soplase en otros valles.
En España también.
Aquí se replica y crece a pesar del gobierno y su retórica tornadiza. Las declaraciones contra el antisemitismo del 27 de enero de 2023 tropiezan con las discrepancias en el consejo de ministros. Un incendio que alguno tratar de sofocar con el agua del río Jordán y sus planes nacionales. Poco podrán concienciarse quienes carecen de conciencia.
En estos días de amargura, «fue tan intensa su impresión de soledad, tan insoportable, que parece que le pareció que sólo podría ser mitigada en la extraña sed con que el perro le bebía las lágrimas», tras el fin de la epidemia de la ceguera animada por Saramago.
Una obstinación homicida alambrada sobre los escombros de la libertad.
No sabemos por qué nos quedamos ciegos ante el antisemitismo. «Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que viendo no ven», aseguró el médico de Saramago.
Despojados de la perversa herencia del olvido, perseguimos sin descanso moral el Deber de Memoria de todos los hombres libres.