YO SOY JUDIO

Por Roberto Doctor

En España vivimos un tiempo inquietante. El antisemitismo, que muchos creían enterrado en los libros de historia, vuelve a alzarse disfrazado de antisionismo. Lo escuchamos en tertulias políticas, en discursos culturales y hasta en proclamas institucionales. Se critica a Israel como país, pero lo que late detrás de muchas de esas palabras es un viejo odio que nunca desapareció: el antisemitismo.

Yo soy judío. Lo digo en voz alta porque sé que callar no nos mantiene a salvo. En la Alemania de Hitler, callamos y nos ocultamos, creyendo que el silencio nos protegería. No fue así. Cuando decidieron señalarnos, nos marcaron con la estrella amarilla, y entonces ya fue demasiado tarde. El silencio no salvó a nadie.

Hoy llevamos más de 80 años repitiendo “nunca más”. Pero “nunca más” no es una consigna del pasado, sino un compromiso del presente. Nunca más será hoy… si no lo impedimos.

En España hay miles de judíos que viven, trabajan y aportan en todos los ámbitos: desde la política a la cultura, desde el comercio a los medios de comunicación. Sin embargo, la mayoría permanecen callados. Y ese silencio es un regalo para quienes quieren borrarnos. Nos convertimos en invisibles justo cuando más falta hace que nos vean.

Este es un llamamiento a todos mis hermanos y hermanas judíos en España. A quienes ocupan cargos públicos y a quienes sostienen un pequeño negocio de barrio. A quienes aparecen en los escenarios y a quienes trabajan discretamente en hospitales, universidades u oficinas. A los que viven su fe en la sinagoga y a los que apenas mantienen un vínculo religioso. A todos: es hora de decirlo. Es hora de mostrarnos. Yo lo hago hoy. Hazlo tú también. Porque si nos mostramos juntos, nadie podrá ignorarnos.

Conviene aclarar algo que demasiados críticos ignoran o tergiversan: el sionismo no es odio, ni colonialismo, ni una invención reciente. Es un movimiento de liberación nacional judío que nació oficialmente en 1897, en el Congreso de Basilea organizado por Theodor Herzl, periodista judío vienés. Su objetivo era ofrecer una respuesta política a una realidad innegable: los judíos europeos sufríamos marginación, pogromos y violencia sistemática. Desde Rusia hasta Francia —recordemos el caso Dreyfus— vivíamos bajo sospecha, exclusión y peligro.

El sionismo, en su esencia, fue la aspiración a recuperar un hogar nacional seguro en la tierra histórica del pueblo judío. Un movimiento legítimo de supervivencia y dignidad, que con el tiempo desembocó en la creación del Estado de Israel en 1948, tras la tragedia del Holocausto. Criticar políticas concretas de un gobierno es legítimo. Convertir el sionismo entero en el enemigo es simplemente antisemitismo disfrazado.

Hoy se nos acusa, incluso, de “genocidio” en el marco de la guerra de Gaza. Quienes lanzan esta palabra lo hacen sabiendo que es la peor acusación posible contra un judío, porque nuestra memoria colectiva está marcada por el genocidio del Holocausto. No es casualidad. Es un intento deliberado de infligir daño moral, de igualarnos a nuestros verdugos y de convertirnos en culpables de aquello que sufrimos. Llamar “genocidio” a un conflicto bélico, por doloroso y trágico que sea, es falsear la historia, manipular el lenguaje y alimentar el odio.

No podemos dejar que otros hablen por nosotros, ni que nos definan con prejuicios. Necesitamos elevar nuestras propias voces. Y necesitamos hacerlo juntos. No es el momento de disputas internas entre religiosos y laicos, ortodoxos y reformistas, sefardíes o asquenazíes. Cuando el antisemitismo crece en la sociedad, nuestra respuesta debe ser una sola voz, firme y unida, que diga al unísono: aquí estamos.

Porque callar nunca ha sido una garantía de seguridad. Salgamos antes de que nos saquen. No esperemos a que nos vuelvan a señalar como víctimas. Recordemos lo que significa ser judío en España: una historia de siglos, de expulsión, de retorno, de resistencia y de vida. Y digámoslo públicamente.

Pienso en las palabras de Harvey Milk, el primer cargo electo abiertamente homosexual en California. En 1978, frente a la “Proposición 6” —conocida como Iniciativa Briggs— que pretendía prohibir a los homosexuales ejercer como profesores, Milk instó a que cada gay saliera públicamente del armario. Su razonamiento era sencillo y brillante: si la sociedad descubre que su vecino, su compañero de trabajo, su hermano o su hijo es gay, entonces el odio deja de ser una abstracción. Se convierte en algo personal, humano, cercano. Gracias a esa movilización de visibilidad y valentía, la iniciativa fue derrotada y los derechos civiles se defendieron.

Nosotros, los judíos, necesitamos hacer lo mismo. Decir: aquí estamos. Somos parte de España. Somos parte de Europa. Somos parte del mundo. Y no vamos a permitir que la mentira, el odio y la ignorancia nos borren ni nos silencien.

Yo soy judío. Y mi invitación a todos mis hermanos y hermanas es esta: digámoslo juntos. Porque el antisemitismo solo crece en la oscuridad del silencio. Y nuestra dignidad, nuestra seguridad y nuestro futuro dependen de que no callemos nunca más.

Asociación Asturiana de Amigos de Israel
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